El consejo ejecutivo del gobierno Aragonès ha aprobado la ley de la ciencia, que se llevará al Parlament para que sea tramitada por la vía de urgencia. Es un texto que quedó pendiente en la legislatura anterior. La elección de esta ley como la primera que impulsa el nuevo Govern no es un gesto aséptico: es una declaración de intenciones. Hay un amplio consenso que los fondos Next Generation no hacen sino remachar que la salida de la crisis pandémica se tiene que hacer potenciando proyectos económicos con valor añadido tecnológico; es decir, empresas y productos que aprovechen la investigación científica aplicada y se beneficien de ella. La ciencia es conocimiento y, bien transferida a la sociedad, también es progreso y riqueza. Catalunya tiene tradición científica y tiene, gracias al impulso de las últimas dos décadas puesto en marcha por Andreu Mas-Colell, una realidad sólida y competitiva a la que ahora se quiere dar un nuevo empujón. La tarea puesta en marcha por Mas-Colell tuvo continuidad con los gobiernos tripartitos, y hasta hoy, pero con estrecheces económicas a partir de la crisis de 2008. Ahora se trata, de nuevo, de sumar voluntades políticas y académicas para dar un salto hacia delante en los dos pilares de toda buena política de investigación: la financiación de los proyectos y el establecimiento y consolidación de infraestructuras.
Respecto al primer punto, el nuevo ejecutivo de coalición ya se comprometió en su pacto de gobierno a lograr una financiación del 2,12% del PIB en investigación en cuatro años. Y la ley, en concreto, plantea aumentar la inversión en investigación para pasar del 1,5% a un 2% del PIB en I+D+I. Además, la consellera de Investigación y Universidades, Gemma Geis, se ha fijado como objetivo que su departamento llegue al 5% del presupuesto de la Generalitat. Todo esto no tendría que quedar como meras declaraciones de intenciones. Respecto a las infraestructuras, ya hay mucho camino hecho y lo que hace falta, sobre todo, es dar solidez al amplio abanico de instituciones para que puedan fortalecer sus equipos, reteniendo y atrayendo talento. En este punto resulta crucial la autonomía y la agilidad de contratación, el mecenazgo y el apoyo público.
En este sentido, la ley que se ha puesto sobre la mesa es, en conjunto, un buen texto, por otro lado suficientemente trabajado y consensuado con los sectores implicados. Por lo tanto, estaría bien que la cámara del Parc de la Ciutadella la sacara adelante y lo hiciera con rapidez. No hay tiempo para perder: en este terreno, todo el mundo se está espabilando y, por lo tanto, no se pueden perder oportunidades. Los fondos europeos son una y esta ley tiene que permitir aprovecharlos mejor. También estaría bien que, siguiendo el espíritu de cooperación científica que se ha producido durante la pandemia para conseguir las vacunas, el Parlament dejara de lado las habituales divisiones y rifirrafes y aprobara la ley con un amplio apoyo. Porque, en efecto, hay cuestiones de país que piden esta responsabilidad y generosidad: la ciencia y la investigación, sin duda, son una. La educación y la cultura también lo tendrían que ser. De hecho, son cuestiones que van conectadas, porque las vocaciones científicas nacen en la escuela y porque todos tendríamos que tener claro de una vez por todas que la ciencia es cultura y progreso económico y social.