Al Pacino con Christopher Nolan, ganador como director del Oscar a la Mejor Película por 'Oppenheimer'.
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Como el capitalismo nos hizo el regalo de venderlas juntas en la campaña de estrenos de verano, es lícito asociar Oppenheimer con Barbie. En la otra campaña, la de los premios, la película de Nolan se lo ha llevado todo, mientras que la de Greta Gerwig se ha desinflado y se ha tenido que conformar (es un decir) con la simpatía y aprecio del público, y unas cifras de taquilla impresionantes.

Barbie sigue siendo mejor película que Oppenheimer, en el sentido de que consigue de forma más exitosa lo que se propone. Barbie es una comedia satírica (musical, además) que sabe emparentarse con lo mejor de la comedia clásica y que no baja el ritmo ni la intensidad en ningún momento, mientras que Oppenheimer es una película seria, pero desigual, y lastrada de vez en cuando por la grandilocuencia a la que es tan dado su director (subrayados dramáticos, música a todo trapo, etc.). Esto no quita que Nolan sea merecedor de la consagración que significa el triunfo deOppenheimer, de la que también cabe decir que contiene un montón de aciertos, empezando por el casting y siguiendo por todo un tramo central –el del Proyecto Manhattan en el complejo de Los Álamos– que en varios momentos pone la piel de gallina. Los dilemas éticos a los que se enfrenta el protagonista, la muerte de miles de personas como producto de sus esfuerzos (nadie parece tener ninguna objeción a la decisión del director Nolan de no mostrar el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki, y/o los sus efectos) y los remordimientos, contrapuntados con la vanidad, son, sin duda, material para un gran drama.

Porque el drama ha sido el protagonista de unos Oscar que no han querido evadirse de la oscuridad de los tiempos que vivimos, sino abrazarla. Es oscuro el guión de la magnífica Anatomía de una caída, disección criminal y judicializada de una relación de pareja, como es oscuro también el humor grillado y visionario del gran Iorgos Lànthimos en Poor things, con una protagonista, Emma Stone, a quien nadie le puede discutir que ha sudado el Oscar. Es oscurísima la mirada en fuera de campo de Jonathan Glazer sobre el Holocausto en La zona de interés, retomando cuestiones ya planteadas por el documental Shoah, de Claude Lanzmann, a través de una novela de Martin Amis. Glazer tuvo el valor de poner públicamente en paralelo a Auschwitz y el Holocausto con el actual genocidio en curso en Gaza por parte del gobierno de Israel, sin dejar de deplorar la masacre perpetrada por Hamás el pasado 7 de octubre contra civiles israelíes.

En este contexto sombrío, la sátira feminista ácida, pero luminosa, de Barbie, seguramente tenía poco que pelar. Y menos una película como La sociedad de la nieve, de Bayona, que, a base de querer ser agradable a todos, nos acaba diciendo que se puede practicar el canibalismo sin dejar de ser civilizados. (Nota: Al Pacino entregó el premio a Mejor Película de manera bien correcta. Que nos hayamos infantilizado tanto que nos quejamos de no tener gritos y aspavientos de falsa alegría en cada instante forma parte, también, de la oscuridad. Y la mejor película a concurso sin duda era Los asesinos de la luna del maestro Scorsese: la más oscura de todas, y también, la que se fue de vacío).

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