

El fenómeno migratorio actúa como el gran elemento de discordia y preocupación social y política. Es así porque el país ha recibido en los últimos años flujos importantes y hay quien se ha ocupado de utilizar las dificultades inherentes a su gestión para ponerlos en duda, rechazarlos y expresar ideas xenófobas. En cuanto a las incomprensiones y malestares que puede provocar en alguna gente la convivencia con formas culturales nuevas, hay quienes en lugar de allanarlas y tratarlas adecuadamente desde la política ha hecho justamente lo contrario. Las ha utilizado como arma arrojadiza en la confrontación para estimular las bajas pasiones y levantar el supremacismo nuestro contra una gente que se ha visto obligada a marcharse de su entorno sociocultural para buscarse la vida. Hay demasiada gente que trata esta cuestión de manera torpe e interesada, sin el menor escrúpulo ante la posibilidad de provocar fracturas que luego son difíciles de cauterizar. No es malo que se hable públicamente del fenómeno migratorio, lo es que se hable con rumores y mentiras, que no se explique toda la verdad y, lo primordial, que no se preserve el respeto debido a todo tipo de personas. Las migraciones, los grandes movimientos de población, son consustanciales a la historia de la humanidad. Europa recibe ahora población de todas partes, pero hace menos de doscientos años envió una cuarta parte de sus habitantes hacia otros continentes.
Ciertamente, la movilidad forzada por gente que necesita buscarse la vida no resulta deseable. Lo mejor sería, sin duda, que todo el mundo pudiera vivir y morir en el entorno y la cultura que le ha visto nacer. Pero esto, desgraciadamente, no es posible porque ni las oportunidades ni las posibilidades de empleo están repartidas en el planeta de forma adecuada. El mundo es muy desigual y las necesidades de trabajo y demografía suelen ser inversamente proporcionales. Esto se acentuó con el fenómeno de la globalización económica, que compramos acríticamente hace cuarenta años. Se nos dijo que sería riqueza para todos. Sin embargo, en realidad ha provocado una redistribución global de los factores que hace que no sólo se muevan mercancías en contenedores y capitales sino también personas según las diferentes demografías y necesidades del mercado laboral. Si la producción se ha reconfigurado en el mundo, también hace mover a las personas, aunque esto cabree a Trump y la extrema derecha. Europa y todo el mundo occidental tienen necesidad de mano de obra debido al envejecimiento y la disminución de su población, pero también porque hay trabajos que los autóctonos no quieren realizar. En Cataluña, así como en España, tenemos una estructura económica en la que pesan demasiado las actividades que necesitan intensidad de mano de obra, que generan poco valor añadido y tienen unas condiciones y salarios muy precarios. Viene gente porque una parte de nuestra actividad les requiere. No es posible impedir por completo las llegadas, guste o no, y la mano de obra es captada por aquellos que la necesitan. Resulta muy cínico atribuir a los movimientos migratorios a una voluntad política o ideológica ya consideraciones paranoicas de estar facilitando una "gran sustitución". Los migrantes van hacia dónde hay trabajo. Que lleguen de más no preocupa a los empleadores, porque da un efecto moderador del mercado laboral. Si alguien cree que esto es un problema, debe hablar y condicionar a los empresarios de determinados sectores, no hacer discursos antipolíticos en el Parlamento.
En Catalunya hay cuatro grandes ámbitos que hacen "efecto llamada" de inmigración. El campo es uno de ellos. Los bajos márgenes de beneficio de la fruta o ganadería provocan el recurso a una mano de obra de fuera muy mal pagada ya menudo irregular. Como consumidores queremos seguir teniendo fruta muy barata en la mesa. Esto no puede mantenerse sin recién llegados a los que, durante un tiempo, prácticamente esclavizamos. Otro sector imposible sin inmigración es el cárnico más elemental, de matanza y despiece. Trabajo duro que no quiere hacer nadie de ahí. Copada exclusivamente por extranjeros. Conozco un poco este entorno en Osona. ¿Alguien puede creerse que los miles de personas del Punjab, o de otras muchas nacionalidades, vienen a Vic atraídos por el clima, la gastronomía y el arte románico? El turismo es el otro gran sector de atracción de mano de obra barata. Es el que tiene el modelo de bajo coste en el que nos hemos instalado alegremente. Las ciudades catalanas con la renta media más baja son Salou, Lloret y Roses, donde la población es básicamente migrante y ocupada temporalmente. Por último, también deberíamos citar los sectores de los servicios personales y de salud. Los que vienen de fuera, especialmente mujeres, son los que hacen posible que nuestros mayores sean humanamente muy bien atendidos ya precios asequibles. Buena parte de nuestra economía sólo puede sostenerse con inmigración. Si hemos apostado por este modelo, debemos aceptar lo que significa. Podríamos tener una mejor economía, pero las sociedades son y serán multiculturales. Cuanto más tardamos en asumirlo, peor para nosotros. En realidad, la diversidad y la confluencia de culturas distintas aportan riqueza y oportunidades. En ningún caso podemos culpar a las personas que han venido, ya que justamente nuestra economía y la suya les han obligado a ello.