Dopada por un alud de pseudoencuestas de encargo, por una marea de análisis de la señorita Pepis, intoxicada por la propia autocomplacencia ("¿Cómo quieres que Perrosanxe, ese delincuente político, siga en la Moncloa? Si no lo votarán ni los miembros de su ejecutiva, solo lo votará Txapote..."), la cúpula de la derecha española se quedó, la noche del domingo 23 de julio, en estado de shock, y está necesitando bastantes días para superarlo. Solo así, en clave de boxeador groggy, se pueden entender muchos de los movimientos y de las manifestaciones que han salido de ese núcleo dirigente a lo largo de la última semana.
La misma noche electoral, un perplejo Alberto Núñez Feijóo ya reivindicó enfáticamente su “derecho a formar gobierno”, cuando el problema no es un “derecho” que nadie le negaba, sino la posibilidad política de ejercerlo, y reclamó a un PSOE eufórico por haber burlado la catástrofe que se abstuviera, algo que era, sencillamente, ilusorio. Durante las siguientes jornadas, cuando el presidenciable del PP inició la búsqueda de aliados y obtuvo apenas el apoyo de UPN y un sí condicional de Coalición Canaria, se hizo evidente que es más fácil demonizar a los potenciales socios de Sánchez que obtenerlos para la propia causa.
En efecto, solo desde una ignorancia histórica y política colosales cabe imaginar que es compatible el apoyo de los neofranquistas de Vox y el del Partido Nacionalista Vasco. ¿En la sede de Génova 13 alguien sabe que, fusilamientos, encarcelamientos y otras represalias aparte, los franquistas dueños de Bilbao hicieron derribar hasta los cimientos Sabin Etxea (la casa natal de Sabino Arana, convertida en santuario del nacionalismo vasco desde la muerte del fundador, en 1902) y lanzaron los escombros a la ría, para eliminar cualquier posible reliquia? Quizás vale la pena recordar que la casa de Prat de la Riba en Castellterçol quedó intacta para entender la medida del abismo existente entre el mundo jeltzale y los nostálgicos confesos del franquismo.
Entonces apareció Alejandro Fernández, el todavía líder del PP catalán, e hizo una propuesta directamente surrealista: investir president de la Generalitat a Salvador Illa (¿cuándo? ¿Con qué aritmética?) si el PSOE garantizaba la investidura de Feijóo. No tengo noticia de que nadie se tomara la molestia de responderle.
Entre tanto, una idea inspirada en el marxismo-grouchismo había generado titulares: desde el mundo de Vox, y por boca de Iván Espinosa de los Monteros, se ofreció a Núñez Feijóo el apoyo gratuito de sus 33 diputados si el líder del PP, por su lado, obtenía (¿compraba?) el voto favorable de cinco o seis tránsfugas del PSOE. No he acabado de sacar en claro si se trató de una broma de mal gusto o de una pirueta dialéctica de los ultras para decir que no hay "socialistas buenos", que todos están abducidos por el espíritu maléfico del sanchismo. Pero es evidente que no ha tenido recorrido.
A partir de ese momento las expectativas del PP se centraron en un factor al menos concreto y medible: el escrutinio de los votos del Censo Electoral de Españoles Residentes-Absentes que viven en el Extranjero (CERA). Cabe decir que el PP depositó en ello un exceso de expectativas (se habló de hasta nueve escaños que podrían cambiar de partido), reducidas finalmente a una única acta que ha pasado del PSOE al PP, naturalmente por Madrid, esa “España dentro de España” que encabeza, con una sonrisa en los labios y el puñal bien afilado, Isabel Díaz Ayuso.
Este cambio no ha modificado sustancialmente los datos de la investidura: no veo que sea mucho más fácil, ni más difícil, obtener la abstención de los siete diputados de Junts per Catalunya o conseguir que se abstengan cinco y voten a favor de Sánchez los dos restantes. En cualquier caso, que el PP haya alcanzado los 137 escaños ha tenido una consecuencia al menos curiosa: uno de sus vicesecretarios, Pedro Rollán, manifestó el sábado que el partido también estaba dispuesto a negociar con Junts, “dentro de la Constitución”, de cara a la investidura de Núñez Feijóo. Así pues, ¿Carles Puigdemont ya no es el golpista, el sedicioso, el prófugo, el rebelde, el enemigo público número uno del Estado, ese que intentó dinamitar sus fundamentos constitucionales y al que hay que meter entre rejas? Si no se van todos de vacaciones, nos espera un agosto entretenido.
Permítanme un apunte final sobre la guerra intraderechista que, a raíz del estupor provocado por los resultados del 23-J, ha estallado esta última semana. Cuando el lunes 24 de julio, desde los micrófonos de su emisora de radio, Federico Jiménez Losantos le dijo a Juan Carlos Girauta: “Juan Carlos, eres un paranoico, estás mal de la cabeza”, tenía toda la razón. Había podido hacer el mismo diagnóstico, con la misma exactitud, cualquier día de los últimos cuarenta y dos años, mirándose al espejo. Desde ese Manifiesto de los 2.300 intelectuales de enero de 1981, promovido por Jiménez Losantos, que denunciaba una marginación del castellano aún más imaginaria entonces que ahora.