Condiciones para una negociación aparentemente imposible

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CHRIS WARE / GETTY

1. Necesidad. El principio del humanismo es reconocer al hombre como fin y no como medio. Y este es el sentido de la democracia: el ciudadano como fin, portador de derechos y deberes, y no como súbdito de un poder amparado por una creencia superior, teológica, identitaria o ideológica. Por eso, en democracia se aspira a que los conflictos se resuelvan por la vía del diálogo y de la negociación y no por la confrontación violenta (sea con coartada legal o sin ella).

Después de tres años de palabras mayores, amenazas de ruptura, despliegue de los mecanismos represivos del Estado, por mucho que en campaña algunos recuperaran la música de la unilateralidad y de la ruptura, una vez hechas las elecciones han pasado al primer plano las salidas pactadas y los compromisos firmes de gobernanza posible. Una vez más se ha confirmado que los días pasan, los problemas se encallan, las frustraciones crecen, pero el independentismo sigue aquí sumando más que nadie, aunque sea con un muy sensible retroceso del voto por la abstención. No tiene sentido que desde Madrid se siga negando la realidad. Es de interés de todos encarrilar el problema por la vía política. Ha habido tiempo más que suficiente para que la ciudadanía tomara conciencia de la imposibilidad de la ruptura unilateral, que ya fue evidente en octubre de 2017. Echar las culpas de todo a Madrid ya no sirve, porque la gente quiere soluciones y no excusas, y esto pasa por tener una capacidad de interlocución suficiente con los poderes que sobrevuelan el Estado. ¿Se ha hecho algo, tanto desde los poderes públicos como de los privados catalanes, para tener una posición fuerte ante los fondos europeos, por ejemplo? Negociaciones y pactos, no hay otra salida, porque la alternativa es un choque perdedor, como se ha demostrado en los últimos tres años.

2. Oportunidad. Pero ¿cuáles son las condiciones para que esta vía sea posible y el diálogo se concrete en algo más que unas cuentas reuniones inútiles? La primera de ellas es que las dos partes vean la necesidad de hacerlo. Y aquí hay un problema, porque en Catalunya ya está bastante ampliamente asumido (y la prueba es que el discurso de los que se oponen a ello suena cada vez más a pura retórica) y en España son muchos y poderosos los que se resisten a aceptarlo. ¿Cómo hacerlo para que se acaben convenciendo de que todos saldremos perdiendo si el problema se cronifica?

Dos pasos previos son necesarios. El primero, el reconocimiento mutuo, que en este caso pasa por un hecho inaplazable: la liberación de los presos, sea por indulto o por amnistía. En todo caso, por el camino más corto. El segundo, asumir que el otro también puede tener razones, es decir, que no se trata de someter o ganar, sino de pactar, y, por lo tanto, que no se puede actuar pretendiendo que se impongan las normas de una sola parte. Si esta doble actitud entra dentro del espacio de lo que es posible, la vía del acuerdo se abrirá. 

Para que la experiencia sea constructiva hará falta un marco formal de discusión –unas reglas del juego compartidas– y una cierta capacidad de ponerse en la perspectiva del otro. Todo ello seguro que es pedir mucho. Pero solo hay un camino: empezar. Y unos interlocutores capaces de pensar en grande, y no solo en pequeños intereses de poder personal y de grupo, que son la carcoma que destruye las instituciones y hace degenerar la política.

Hay una manera de arrancar: afrontando los problemas urgentes y concretos de la recuperación económica y social, de la reconstrucción de unas sociedades sobre las que pesa la dura carga de una aceleración que no cesa y una pandemia que todo lo para y que está llevando a la ciudadana a la fatiga y la desorientación. Un diálogo eficiente y concreto como primer paso hacia la distensión. Pero ¿hay alguien a cada lado con la grandeza necesaria para afrontarlo sin pensar en los riesgos personales que pueda tener? Seguramente la ciudadanía se lo agradecería, porque la alternativa es seguir alimentando la resaca paralizante de estos tres años. ¿Osará la izquierda catalana dar el paso ante la presión del núcleo rupturista? ¿Osará la izquierda española ahora que la derecha está en desbandada? La buena política es tener coraje para captar la oportunidad.

Josep Ramoneda es filósofo

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