El sindicato Top Manta organizó la semana pasada una carrera contra el racismo, la primera que se hacía en Barcelona. Fue un éxito de convocatoria y muchas personas recorrieron los cinco kilómetros de esta prueba deportiva, que quería ser, en realidad, "una gran movilización popular contra el racismo". Era maravilloso ver a la gente que participaba en la iniciativa, porque es gratificante comprobar que la lucha contra el racismo reúne a un número considerable de conciencias y, en este caso, de piernas. Así que nada en contra. Al contrario. A favor. Pero sí me gustaría reflexionar, si es que las prisas me lo permiten, sobre esta tendencia que ya hace tiempo que está en danza, pero que me da la sensación de que va en aumento, de hacer reivindicaciones de diferentes índoles a través de las carreras. Del correr. De los dorsales. De la competitividad. De los kilómetros. De la meta.
Entiendo que por los valores que predominan y por cuestiones de salud siempre está mejor vista una carrera, que requiere un esfuerzo, por pequeño que sea, que una butifarrada popular. Ambas propuestas pueden llamar la atención porque el objetivo es reunir a mucha gente con una finalidad, pero reivindicar según qué con butifarras se puede considerar que no es lo más políticamente correcto. El veganismo, sin ir más lejos. La carrera, entendida como metáfora que indica la prisa que existe para solucionar cuestiones sociales urgentes y que se quiere llegar a la meta lo antes posible. O sencillamente planteada como una modalidad más lúdica y que, con las inscripciones y la venta de camisetas, ya da la excusa para hacer un donativo que ayuda a las organizaciones a seguir trabajando en su causa. O la carrera como propuesta que tiene más eco que una manifestación, o un llamamiento a la ciudadanía con pantalón corto y sudor que gana a la más aburrida charla informativa. O la carrera como una forma que tienen las personas de encontrarse y sentirse menos solas en la causa. O más acompañadas, que no es exactamente lo mismo.
Se hacen carreras para recaudar fondos para avanzar en la investigación del cáncer infantil, para concienciar sobre el cáncer de mama o el de páncreas, para visibilizar la importancia de la donación de órganos para los trasplantes, por la investigación del autismo o por las personas con discapacidades intelectuales graves. Se hacen carreras para apoyar a varias ONG o entidades. Sea por lo que sea, la cuestión es que, solo en Barcelona, durante este año está previsto que se hagan unas cincuenta carreras por las calles de la ciudad. No todas tienen un carácter reivindicativo y sencillamente, que también está bien, se limitan a invitar de una manera organizada a las personas que les gusta correr por el solo reto de hacerlo, un domingo por la mañana, con las calles convenientemente cortadas por la Guardia Urbana y con el aire un poco menos contaminado que el que suelen respirar cuando lo hacen por la Diagonal, que ya se sabe que no es el mejor para los pulmones.
Con todas estas carreras me pregunto si se hace suficiente énfasis en la conciencia y si toda la prisa que ponemos en las piernas la ponemos también en la cabeza. Claro que no es lo mismo correr en contra del racismo que correr para concienciar sobre la importancia de la prevención en el cáncer de mama. El racismo hace mucho daño, pero no es una enfermedad, es una ideología perversa que fomenta el odio entre los seres humanos. Y cuando los organizadores para luchar contra el racismo son la gente del sindicato Top Manta y eligen la modalidad de carrera tiene todo el sentido, porque ellos se pasan el día corriente. El resto, tengo mis dudas. Pero será que yo las carreras no las atrapo.