La Fundación Joan Maragall ha celebrado el 35 aniversario de su fundación y, predicando con el ejemplo, ha organizado una mesa redonda sobre el pasado, la vigencia y las expectativas del diálogo del cristianismo con la cultura.
Desde que la ciencia se convirtió en el buque insignia de la modernidad, el cristianismo ha ido a remolque, hasta acabar hablando un lenguaje muy alejado de la sociedad, cada vez más difícil de interpretar, de modo que en expresión del doctor en filosofía Ignasi Boada, el cristianismo vive su particular lost in translation.
O sea que existe un problema de lenguaje pero también una paradoja en la práctica. Porque venimos de una religión obligatoria, que ha llegado a ser una especie de religión sin espiritualidad, y ahora, en cambio, estamos en un tiempo de espiritualidad sin religión, porque las necesidades de trascendencia están ahí, en las personas. Basta con ver la cantidad de propuestas que corren de meditación, mindfulness y autoayuda espiritual. Y precisamente la catedrática de sociología Maria del Mar Griera abogó por la necesidad de que la Iglesia católica no viva con incomodidad la idea de que trascendencia y cuerpo humano van unidos.
El crítico cultural Joan Burdeus hizo notar el actual rebote de prestigio contracultural del cristianismo que se da, curiosamente, en los dos extremos de la política, el de la derecha más conservadora y el de la de la izquierda más progre, que lo hacen suyo sobre todo en la medida en que ha fracasado la promesa de felicidad de las utopías racionales disponibles que debían llevarnos a un progreso lineal indefinido, porque el mundo no para de encadenar crisis. Y la periodista Anna Punsoda recordó que es necesario aprovechar que el vínculo concreto entre cristianismo y cultura catalana ya está hecho. En una época de monólogos para convencidos, el diálogo fue bueno escuchar.