El presidente español, Pedro Sánchez, saliendo del Congreso de los Diputados, en una imagen de archivo.
19/02/2024
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Una perspectiva optimista de lo que está pasando en España podría explicarse más o menos así: el Procés soberanista catalán fracasó en sentido estricto –Catalunya está igual de lejos de la independencia que en 2010–, pero se han producido dos movimientos de fondo que pueden condicionar el futuro. Por un lado, el catalanismo mayoritario se ha vuelto soberanista, al menos en un plano teórico. Por el otro, en España ha habido una violenta reacción unitarista encabezada por el PP y animada por la irrupción de Vox. Arrastrados por el maximalismo de la ultraderecha, los populares se han alejado del centro y del nacionalismo conservador vasco y catalán, que en época de Aznar les sirvió para formar mayorías. Y como Feijóo no acaba de funcionar y Vox tiene un techo electoral relativamente bajo, el PP carece de aliados alternativos para desbancar a Pedro Sánchez.

Sánchez tiene muchos problemas, también dentro de su partido, pero también tiene factores que le favorecen: el buen comportamiento de la economía española y sobre todo la impotencia del PP, que se ha dejado encadenar por la ultraderecha, de tal forma que, aunque sea el primer partido español, tiene vedado el acceso a la Moncloa. Como Sumar tampoco acaba de levantar el vuelo, la auténtica bisagra de la política española la forman los partidos nacionalistas de Catalunya, Euskadi y Galicia. El crecimiento del BNG (que puede dar la campanada en las elecciones gallegas del domingo); la fortaleza de Bildu y del PNV en Euskadi (que se disputarán la victoria en los comicios vascos), y el peso de Junts y ERC en Catalunya y en el Congreso (siempre peleados, pero ahora con una estrategia de fondo compartida) hacen que cualquier mayoría parlamentaria en España tenga que tener un aire plurinacional. Y esto inhabilita al PP, tanto el de Feijóo como el de Ayuso.

Si el soberanismo catalán, vasco y gallego (la histórica Galeusca) unen fuerzas, pueden determinar el futuro de la política española. Esto les da incidencia a corto plazo, pero no es suficiente para resolver el contencioso territorial español: una auténtica reforma estructural en el camino de la plurinacionalidad pasa por romper el marco constitucional, y esto no es posible sin una mayoría reforzada –es decir, sin el PP–. Viendo cómo gobiernan el PP y Vox en muchas autonomías, parece una perspectiva inviable. Pero las mentes más preclaras y menos toreras del PP ya han entendido que para volver a los buenos tiempos del primer mandato de Aznar es necesario reanudar la interlocución con los nacionalistas de derecha –PNV y Junts–. Por tanto, o los populares revisan algunos de sus planteamientos inmutables (Constitución o nada) o pueden verse condenados, como Sísifo, a ganar elecciones y quedar siempre fuera del gobierno por falta de aliados. La alternativa: hacer un reset como el de 1978, sellar una nueva paz territorial a cambio de modificar el estatus de las llamadas nacionalidades y, a partir de ahí, el PP podrá soñar con nuevos pactos como el del Majestic.

Quizás esto es un cuento de la lechera. También lo fue el Procés. Y el 11-M. Y también es un cuento el de Ayuso y la FAES, que sueñan con derribar a Sánchez, arrastrar al PSOE hacia un neoespañolismo de grandes coaliciones patrióticas para borrar para siempre la influencia de vascos, catalanes y gallegos. Ahora bien: tan irreales son las fabulaciones de las lecheras respectivas como sostener que la España actual, que es una mala caricatura de la de 1978, puede ir tirando a base de sanchismo táctico, con esa disfunción territorial crónica que es la fuente de tantos problemas, tantas injusticias, tanto desperdicio de energías. Puestos a soñar, soñemos en la buena dirección.

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