'La cuestión judía'

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La plaza Catalunya con la bandera palestina

Decía Theodor Adorno que el marxismo es una ciencia melancólica. En sus Consideraciones sobre el marxismo occidental, Perry Anderson señalaba algo parecido, al explicar que el estado de las ideas de Marx en Occidente  era el resultado de las derrotas del movimiento obrero europeo del siglo XX, que habrían desplazado el interés intelectual del los marxistas de la política y la economía hacia el arte y la filosofía. Todo esto nos lo recuerda el profesor de la Universidad de Cornell Enzo Traverso en su monumental La cuestión judía (Verso) para señalar que el éxito del sionismo tuvo como consecuencia para las tradiciones marxistas el fin del judeo-marxismo. Y es que, efectivamente, el marxismo fue un inmenso polo de atracción para judíos, que si bien eran ateos, eran perfectamente conscientes de su exclusión y persecución social por el hecho de ser judíos. Ser judío no tenía necesariamente que ver con profesar una fe, sino con la pertenencia a una comunidad cultural perseguida. El mismísimo Sigmund Freud en el prólogo a la primera edición en hebreo en 1930 de Totem y tabú (un libro en el que habla de los orígenes de la religión y la moral) afirmaba que, aunque enajenado de la religión paterna y sin tener simpatía alguna por el nacionalismo judío, no dudaba de su pertenencia a su pueblo.

Como dice Traverso, el marxismo ofrecía a muchos judíos una promesa cosmopolítica y universal. De algún modo, ser marxista era una forma de coherente de evolución para cualquier judío identificado con los valores de la Ilustración. De esto se dieron cuenta los nazis y los fascistas, que siempre señalaron el marxismo como una creación judía y señalaron que buena parte de los grandes pensadores marxistas eran de origen judío.

El éxito del sionismo, un nacionalismo siempre subestimado por los marxistas (aunque no solo por estos) tras la creación del estado de Israel, puso sobre la mesa una verdad amarga: que tanto el pensamiento ilustrado como su versión marxista se equivocaron al presuponer una dirección progresista a la Historia de la humanidad.  Hoy asistimos a la realidad de lo que significa el sionismo como movimiento ideológico más cercano al fascismo que a ninguna otra tradición, apoyado por todas las derechas herederas del antisemitismo occidental. Hablamos de un estado colonial que aplica el apartheid, el desplazamiento forzoso, la limpieza étnica y finalmente el genocidio contra el pueblo palestino, al tiempo que acusa de antisemitismo a todo aquel que critique los crímenes de Israel y defienda la causa palestina. No tardaremos en ver mutar el clásico “bolchevismo judío” en un nuevo “antisemitismo de izquierdas” para descalificar al movimiento internacional de solidaridad con Palestina, aunque de él formen parte millares de judíos antisionistas en todo el mundo.  

Pero ello en realidad no hace sino señalar la inmensa fuerza moral de la causa palestina en todo el mundo y su capacidad no solo para desnudar la naturaleza criminal del Estado de Israel, sino también la hipocresía de la política exterior no solo de EE. UU. sino también de la Unión Europea y el papel vergonzoso y criminal de buena parte del periodismo occidental. Esa fuerza ética de la causa Palestina se nota también aquí, con un gobierno acorralado y obligado a maquillar con gestos inútiles su falta de voluntad de enfrentarse realmente a Israel, país al que el ministro Albares defiende sin ruborizarse como “país amigo”. Que el barco señalado por los colectivos propalestinos como portador de armamento con Israel como destino final haya evitado finalmente hacer escala en Cartagena, que el Gobierno haya encontrado de pronto otro barco al que prohibir hacer escala o la insistencia de la coalición de gobierno en que un día de estos por fin reconocerán al Estado Palestino al tiempo que se niegan a apoyar la denuncia de Sudáfrica contra Israel, son señales de algo paradójico y hermoso: que hoy la causa palestina unifica las luchas de todos aquellos que imaginan una sociedad justa, del mismo modo que el socialismo fue la encarnación de una sociedad futura mejor con la que se identificaron millones de judíos en todo el mundo. Hoy los perseguidos, los excluidos, los asesinados son los palestinos y la defensa de su causa es la tarea política más decente; porque defender Palestina es cuestionar las bases criminales de nuestro mundo. 

Pablo Iglesias es doctor en ciencias políticas por la Universidad Complutense de Madrid, ex secretario general de Podemos y ex vicepresidente segundo del gobierno español
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