Imagen de la fachada del Tribunal Supremo, con sede en Madrid, donde ondea una bandera española.
19/02/2024
2 min

Leo en elAhora Baleares que han denegado "la nacionalidad española a una vecina de Santa Margalida que es catalanohablante pero que no domina suficientemente el castellano". Se ve que la Audiencia Nacional "ha tumbado el recurso presentado por la mujer de origen africano contra la denegación de la nacionalidad aunque lleva veinte años viviendo en Mallorca". La sentencia dice que la mujer "no ha justificado un grado suficiente de integración en la sociedad española".

Que la mujer en cuestión haya aprendido catalán debería ser normal, natural, pero es un milagro, es una maravilla, es un gesto fantástico y es una anomalía. Ya ha hecho más que algunos de los médicos que quizá algún día le han atendido o le atenderán allí mismo donde vive. También ha hecho más que el juez que le ha juzgado.

Ahora bien, si a esta señora le han denegado la nacionalidad española por no saber castellano me parece que muchos súbditos de la Corona tampoco nos merecemos esa nacionalidad. Yo misma. Por honestidad. No porque no sepamos castellano, naturalmente. El castellano es una lengua que me encanta, que he aprendido desde pequeña, que habla la abuela de casa, en la que he leído algunos de los libros que más me han emocionado del mundo. Es porque según qué cuestiones de la esencia española tampoco las dominamos. Siempre he pensado que esos exámenes de españolidad que hacen de vez en cuando yo seguramente les suspendería. En el libro Solito, del que les hablaba un día de éstos, los protagonistas, salvadoreños, deben atravesar México y simular que son mexicanos. Para ello, aparte de fingir el acento, se aprenden el himno (que, a diferencia del español, tiene letra) y los principales equipos de fútbol. Yo no me sé el nombre de los toreros, que se ve que es una de las preguntas que te caen en los exámenes de españolidad. El nombre del presidente del gobierno y del jefe de la oposición, sí, pero porque veo el Polonia.

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