Papeletas y sobres de un centro de votación del 12-M.
04/06/2025
2 min

Una tendencia creciente de la política europea es la desaparición del centro, que a medida que los bipartidismos clásicos se iban desdibujando había jugado un rol determinante en la construcción de las mayorías de gobierno, completando los votos del bloque ganador, y generalmente, pero no siempre, decantándose hacia la derecha. En Francia, los partidos de centro favorecían a las mayorías gaullistas, cuando la sombra del general de Gaulle se había desvanecido. Y, en Europa en general, los pequeños partidos de centro pivotaban para inclinar la balanza a favor del que llegaba primero.

A los partidos socialistas europeos les costaba llegar cuando tenían partidos comunistas poderosos a su izquierda, y fue François Mitterrand quien rompió el tabú en Francia con el pacto con el PCF. Pero las derechas a menudo encontraban el golpe de complicidad en el centro, y complicaban la vida a las izquierdas. El caso genuino era Italia, donde la democracia cristiana tenía un buen grupo centrista para frenar al PCI, hasta que llegó Berlusconi y lo puso todo patas arriba y abrió la puerta a los liderazgos nihilistas de unas personalidades de egos indomables que han culminado en Estados Unidos con Trump y han puesto a la democracia americana contra las cuerdas.

Parece que la labor del centro era de minucia y que el sistema financiero y comunicativo actual no lo tolera. Todo va al por mayor, en la política y en las redes, y los territorios grises, de definición imprecisa, como el centro, se desdibujan. De modo que los protagonistas de las alternancias están cambiando. El papel de complemento de mayorías que hacía el centro le corresponde ahora a una extrema derecha en alza. Con una consecuencia no menor: el centro podía tirar hacia un lado o hacia el otro. La extrema derecha, obviamente, solo tira hacia casa: que las derechas se acerquen a ella si quieren gobernar.

Y todo ello en una escena en la que se vive simultáneamente el desdibujo de los partidos a la izquierda de los socialistas, lo que antes se llamaba la extrema izquierda (los partidos comunistas y las variantes disidentes trotskistas, maoístas y otras) y ahora, como corresponde a unas sociedades menos radicalizadas, eufemismos, donde a menudo las batallas de egos, la psicopatología de las pequeñas diferencias, figuras de la inconsistencia, barren rápidamente las expectativas creadas.

De modo que ahora mismo en Europa las derechas necesitarán, para gobernar, a la extrema derecha (a falta de alternativas consistentes en el centro), y los socialistas tendrán que crecer por el riesgo de que los grupos a su izquierda, en bajada, se queden cortos. Sin embargo, en España hay un hecho diferencial: la realidad plurinacional que hace que dos partidos más bien de derechas –Junts, antes CiU, y el PNV– hagan el papel de centro. ¿A quiénes elegirían si tuvieran que escoger si gobierna el PSOE o el PP? Normalmente al que llegara primero. Pero si el PP los necesitara a ellos y a Vox, se le complicaría la vida. Tiempo de incertidumbres que pueden ser clarificadoras.

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