Estamos inmersos en una crisis ambiental global en la que la pérdida de biodiversidad merece una mención especial. La extinción de especies, la degradación de sus hábitats y la pérdida de los vínculos que se establecen entre ellas perjudican el tejido de la vida en nuestro planeta a un ritmo cada vez más acelerado. Este diagnóstico es claro y compartido, tanto por la comunidad científica como por las iniciativas internacionales en las que están representados la mayor parte de los gobiernos mundiales. El problema es que la sociedad actual está desconectada de la naturaleza, ha decidido priorizar el beneficio a corto plazo y el crecimiento económico, dejando de lado el mantenimiento de las funciones, estructuras y procesos naturales sobre los que se fundamenta la vida en nuestro planeta.
¿Cómo hemos llegado a esta situación? La relación entre los humanos y la naturaleza, de la que formamos parte, no ha sido siempre la misma. Las primeras sociedades humanas, sociedades cazadoras y cosechadoras, conocían muy bien la naturaleza que las rodeaba, podían alimentarse, utilizar materiales para protegerse de las inclemencias meteorológicas e, incluso, podían promover algunos elementos naturales particulares, como el fuego, para favorecer a aquellas especies que más les interesaban. Este modelo se fue transformando radicalmente con la agricultura y la ganadería. La sociedad fue sustituyendo procesos naturales por intervenciones encaminadas a favorecer y utilizar una reducida lista de especies vegetales y animales. Y cuanta más energía y tecnología había disponible, la agricultura y la ganadería se iban intensificando, sacrificando una parte de la funcionalidad de la naturaleza y erosionado su tejido de vida. Como consecuencia, los sistemas naturales, como los bosques, han perdido capacidad para responder a nuevas condiciones ambientales o recuperarse frente a situaciones adversas (incendios, sequías, plagas, etc.).
Las consecuencias del abandono agrícola. En Catalunya, después de muchos años de paisajes forestales moldeados por la agricultura y la ganadería, las prácticas que los mantenían se han abandonado a gran escala y la naturaleza ha recuperado una parte del nuevo espacio disponible con bosques jóvenes y muy vulnerables. Pero en este caso no será suficiente con esperar a que estos bosques maduren y formen paisajes ufanos y complejos, porque los bosques actuales no tienen todas las herramientas que necesitan. Algunas porque las han perdido y otras porque todavía no se han recuperado. El diagnóstico también está claro y estos paisajes forestales fruto del abandono agrícola muestran señales de alerta: explosiones poblacionales de especies como el jabalí, más vulnerabilidad por el impacto del cambio climático, más megaincendios y vulnerabilidad en la sequía. En este escenario es necesario trabajar para que los paisajes recuperen su capacidad para responder a los cambios ambientales que los amenazan.
La recuperación de la naturaleza es clave. Para aumentar la resiliencia de los paisajes, se abren dos caminos. El primero es apoyar a la naturaleza, potenciando y, cuando sea necesario, recuperando, los procesos naturales donde ahora se encuentran debilitados. Por ejemplo, será necesario recuperar el papel de los herbívoros salvajes, los bosques maduros, recuperar el fuego como aliado o reforzar el papel de los pájaros en la dispersión de semillas. Con la segunda opción, intervendremos de forma activa, apagando los incendios peligrosos, impulsando la agricultura y ganadería extensivas o serrucho en mano, siguiendo un camino energéticamente más costoso, pero que permitirá también ayudar a la recuperación de los bosques mientras generamos bioeconomía y riqueza y reducimos riesgos. La gestión forestal ideal deberá incluir ambos caminos y potenciar un balance adecuado en el que convivan. Por un lado, porque la gestión basada en la intervención activa es costosa pero eficiente a corto plazo cuando tiene objetivos claros. Por otro, porque la gestión basada en recuperar procesos naturales tiene un menor coste económico y un carácter multifuncional mayor, pero tiene un grado de incertidumbre en sus resultados que no siempre puede ser aceptable social o económicamente.
Necesitamos imaginar el futuro de nuestros paisajes y situar en el centro de nuestros valores la relación con la naturaleza. Por eso debemos trabajar por una gestión forestal y de nuestros paisajes que refuerce el bosque como recurso clave del país, pero sobre todo que reavive el alma de la naturaleza mejorando los procesos naturales que la hacen latir y que convierten un grupo de árboles en un bosque vivo y con futuro.