Para el día siguiente de haber votado

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Papeletas de las candidaturas electorales en unas elecciones recientes.

Unos considerarán que es la grandeza –y otros la miseria– de la democracia: al día siguiente de las elecciones, quien será el principal adversario electoral pasará a ser con quien habrá que ponerse de acuerdo para hacer gobierno. La lógica de las campañas electorales está clara. Cada oferta debe hacer un esfuerzo por acentuar las diferencias, por marginales que sean, con los competidores con los que se hace frontera, sea ideológica o nacional. Pero si, como es el caso de ahora, no es previsible ninguna mayoría absoluta, es una obviedad que para pactar habrá que volver a abrir las fronteras tan celosamente cerradas.

No debe extrañar, pues, que si bien los programas electorales se redactan en positivo, las campañas no pueden evitar escribirse en negativo. Un cotejo que, por otra parte, es el que resulta más atractivo desde un punto de vista informativo. Hasta el punto de que al ciudadano medianamente informado, de la campaña sólo le queda el pim-pam-pum y tiene la impresión de que no hay nada más. Y no digamos de quien sólo las sigue a través de unas redes sociales que, con sus algoritmos, aún acentúan más los sesgos de confirmación y las llenan de agro. Paradójicamente, las campañas electorales, aparte de confirmar en la fe a los incondicionales de cada partido, para el resto –es decir, para la mayoría– no hacen más que hacer crecer la desconfianza general en el sistema: son el abono de la antipolítica.

Esta lógica es especialmente grave en tiempo de alta polarización ideológica y partidista. Es cierto que no todos juegan con los mismos criterios éticos, y es conveniente saber diferenciar los comportamientos de cada uno. Para entendernos, no todo el mundo es un Carnero o un Carrizosa. Por otra parte, tampoco hace falta hacer dramas. No hay más que recordar los años de aquella confrontación “irreconciliable” entre socialistas y convergentes, que años más tarde, y visto en perspectiva, se ha disuelto hablando de una sociovergencia entendida como reparto cómplice del país. Con los años, ya veremos cómo se analiza la rivalidad entre ERC y Junts, o las coincidencias entre PSC y Ciutadans, o cuál habrá sido el papel que objetivamente, más allá de las propias retóricas, habrán jugado la CUP o como sea que se diga entonces los Comunes-Podemos-Sumar. El tiempo borra unas fronteras y hace nuevas que entonces se aplican anacrónicamente sobre el pasado. ¡Mirad, si no, la de relecturas anacrónicas que se han hecho del llamado Proceso!

Sea como fuere, es necesario advertir que en muy buena parte la confrontación electoral entre partidos tal y como la conocemos es provocada por el sistema electoral vigente. Qué diferente sería una campaña con listas abiertas, o con circunscripciones electorales de proximidad, donde los candidatos pasaran por encima de las siglas. O que siguiéramos modelos de voto que favorecieran una más sutil representación de la voluntad del elector, como por ejemplo poder votar, al mismo tiempo, cuál sería la primera y la segunda opción deseadas. Matemáticos expertos como Xavier Mora y Rosa Camps, en su blog Ars Electionis, lo han tratado a fondo. Los relatos electorales serían otros, tanto los de los partidos como también los de los analistas. Y, por supuesto, trastocarían las previsiones demoscópicas haciéndolas aún más abiertas.

Volvemos al 13 de mayo, al próximo lunes. ¡Si tendrán que tragar sapos, los partidos para justificar los resultados y sobre todo para buscar acuerdos y defenderlos! ¡Qué haremos piruetas los analistas para encajar las previsiones del antes y el después! Y también lo vivirán con desconcierto algunos electores que, vistas las consecuencias de su voto, si pudieran volver atrás, le cambiarían. Pero pasada la resaca de unos recuentos que dejarán cada uno en su sitio –o en el lugar que les ha puesto el sistema electoral–, habrá que empezar a encajar intereses diversos ya reconstruir confianzas deshechas, dos cosas especialmente difíciles de conciliar.

Y es en ese tránsito entre el deseo y la realidad, entre la promesa y la fuerza para cumplirla, que sería exigible la mayor transparencia y las justificaciones más honestas. Está claro que quienes hayan hecho más quebradiza en campaña, quienes hayan levantado más las fronteras, lo tendrán más difícil para explicar las decisiones posteriores. Pero entonces será un buen momento para, como decía Josep Pallach, hacer de la política pedagogía. Para arrinconar a las insidias, los exabruptos y las deshumanizaciones. Para notar que, en política, los blancos o negros llevan a la parálisis. Y para reflexionar sobre cuál es la realidad a partir de la cual debe construirse el futuro de prosperidad, justicia y dignidad nacional que necesitamos.

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