Franquismo

Al día siguiente

Fachada del Tribunal Supremo, en Madrid.
22/11/2025
Periodista i activista social
5 min

«La guerra por la memoria
es lenta, larga y no sé si tiene final»
Xavier Montanyà

Al día siguiente, Franco ya no estaba –pero el franquismo, sí, inmóvil y con las manos todavía chorreando sangre de aquel 27 de septiembre de 1975–. La cuestión primordial, y por eso mataron hasta el último segundo, era que también estábamos nosotros, todavía –este nosotros majestático que nunca pudieron matar y las muescas que todavía somos, que incluye tantos miles de nombres anónimos, seis mil fosas, un país en la cuneta, 66.500 catalanes y catalanas con procedimiento judicial militar abierto o "el fin de tantos desde ese julio", que diría Brossa. En medio van cinco décadas, y hay quienes siguen confundiendo perversamente poder cerrar heridas con poder reabrirlas y quienes, episcopalmente, confunden pasar página con dejar el libro en blanco –no tan sólo no poder leerlo con cuidado y respeto sino ni siquiera escribirlo y comprenderlo–. También concurre un Borbón desbocadete reivindicando al dictador en formato de pretendido best-seller. Así las cosas, todavía. "Españoles, Franco ha muerto", anunció hace 50 años Arias Navarro, el carnicero de Málaga. Y, en catalán correcto, la traducción clandestina más leal y adecuada sería "qué más quisiéramos".

Del día siguiente, 50 años después, queda básicamente una impunidad orgánica, integral y antológica. De tanto parar el oído en casa en las conversaciones adultas, uno aprendió que el rey iba desnudo –y atado de pies y manos–, que la historia iba llena de muertes, prisiones y exilios y que la libertad que ahora se proclama al viento fue, en realidad, fiesta grande para verdugos, victimarios y represos. Y, como siempre insistía el maestro Josep Fontana, para las corrupciones sistémicas y los enriquecimientos sistemáticos, también impunes, de 40 años de saqueo, acumulación y sobreexplotación que todavía explican buena parte de la estructura económica del presente. Hace mucho, cuando todavía ni se vislumbraban políticas públicas de memoria –y ya llevábamos 25 añitos de democracia–, encontré en la lucidez de Santiago Alba Rico un resumen extremadamente didáctico de la larga operación quirúrgica y ortopédica que fue la dictadura militar fascista bajo la oscuridad del franquismo. Venía a decir, sinópticamente, que sólo nos dejaron volver a votar, 40 años después, cuando tenían todas las garantías y ninguna duda de que volveríamos a "votar bien". Si no, de qué. Antes, premonitoria y anticipadamente, Gregorio Morán había escrito en 1991 El precio de la transición, donde recordaba que lo más fumudo de todo sería contar un cuento de hadas a los niños. Y todavía tuvimos la inmensa suerte de que el bueno de Ignasi Riera nos escribiera Los catalanes de Franco, mientras en 1995 se publicaba el impagable —y por encontrable— La Brigada Social del imprescindible Antoni Batista, que destripaba el pésimo agujero negro del franquismo que todo lo tragaba.

Pero si entre libros, dudas y tribunales supremos, al día siguiente que es hoy tuviera que elegir una pluma de la memoria, elegiría a Xavier Montanyà. Acaba de publicar Contra el silencio y la impunidad (Vilaweb, 2025) y le precede una impagable labor, al menos desde 1984 cuando recuperó el caso Puig Antich, en la recuperación de la memoria y en la denuncia de los silencios que hoy nos condicionan todavía. De todo lo que dice, uno retiene dos cosas. Una frase categórica, implacable e inapelable: que en 1978 legalizó los motivos del levantamiento de julio de 1936, es decir, que se ratificaron los privilegios obtenidos en 1939. Al ser periodista de pura cepa, cita la fuente: la frase se lo compartió el excapelano Ta. Montanyà, vinaderiano persistente, dice más: que en el 2025 quizás hay que salir de la dicotomía olvido-memoria y abordar la cuestión, contra el asalto a la razón, entre conocimiento o ignorancia. Otra cosa distinta es el negacionismo –que no ignora, niega.

Del día siguiente, y la fecha elegida del 20-N parece cualquier cosa menos casualidad, queda también la condena, en el Reino de la Filtración Perpetua, de un fiscal general por el caso de un señorito de Madrid que entre elegir el suicidio o huir de España, podría haber elegido simplemente pagar impuestos, como el común de los ciudadanos. Queda también, en el oído y la retina, la declaración de ese mando de la UCO –de apellido Balas– que sin despeinarse afirmó en el juicio que "la UCO no hace investigaciones prospectivas". Y la solemnidad de la sala aplastó tras una carcajada colectiva tan natural como coherente como irreprimible. Risa irreverente helada, por supuesto, del pan que se da. Que ya vuelven a ir sin freno y la máquina se zampa hasta el inventor –se empieza por el más pequeño disidente del patio y acaba deteniéndose al director de la escuela.

Del día siguiente queda también, coincidiendo con el 80 aniversario de la liberación de los campos nazis donde perecieron tantos republicanos catalanes y españoles, que hoy el Amical de Mauthausen recibirá en el Parlament de Catalunya el Premio Guillem Agulló 2025, después de que el año pasado las Cortes Valencianas anularan el galardón. Y si la lucha siempre continúa, en mejores o peores condiciones, pasado mañana a las doce del mediodía volveremos a concentrarnos ante la comisaría de Via Laietana 43 para exigir –aunque– que sea reconvertida ya en un centro de memoria y derechos humanos. Lo reclamaron primero los movimientos sociales, civiles y memorialísticos y lo aprobó el Ayuntamiento de Barcelona, ​​el Parlament de Catalunya y las Cortes españolas –es decir, no se está respetando ni la voluntad popular ni la democracia parlamentaria ni la soberanía política–. Pero recuperando el hilo perdido de los olvidados de Xavier Montanyà quizá habría que hablar mucho menos de Franco y mucho más de los héroes y heroínas que le resistieron desde el 1 de abril de 1939, cuando empezó la larga lucha por el restablecimiento de la democracia. Y esto incluye que en la escuela y por todas partes entren libres Tomasa Cuevas y Miguel Núñez, Neus Català y Joaquim Amat Piniella, Quico Sabaté y Joan Comorera. Mil nombres infinitos contra Franco.

Porque al terminar el cuento que nunca se acaba de la Piel de Toro, queda todavía Espartero –el mismo que sugería bombardear Barcelona cada 50 años, preventivamente–. Hoy de forma distinta, ahora que tanto al alza cotiza la suspensión de la autonomía, la proscripción del catalán, la guerra al migrante pobre, la testosterona contra todo feminismo o la extrema derecha catalana –infinita vergüenza– que se asoma. Unos y otros lo saben mejor que nosotros: que a la mínima que tenemos un poco de oxígeno y el miedo no gavilán siempre nos da por la manía ancestral de hablar catalán, pensar mejor y volver a votar mal. Por el irreprimible deseo de libertad, 50 años después, de vivir algo mejor y libres entre iguales.

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