05/02/2021
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Mientras los europeos de la Unión, los británicos y los norteamericanos bailamos al sonido que tocan nuestras flamantes compañías farmacéuticas, y mientras intentamos (con más o menos éxito) que el grueso de la producción de vacunas que nos hemos reservado y que hemos pagado por adelantado llegue a tiempo, no se nos encarezca y no escape fuera de las fronteras de nuestro recinto privilegiado, la China despliega por los cinco continentes su arriesgada y ambiciosa diplomacia vacunal.

Los centenares de millones de dosis de las tres vacunas que las farmacéuticas chinas ya están distribuyendo por el mundo se han gestado en un proceso opaco y producido al margen de los estándares éticos y de validación científica. En algún caso tomaron el riesgo de vacunar a soldados y voluntarios sin haber llegado todavía a la fase III. Cuando ya en el otoño de 2020 la práctica erradicación de la pandemia hacía inviable comprobar en China el grado de eficacia de sus vacunas, deslocalizaron los ensayos clínicos a quince países del Sudeste Asiático, Latinoamérica, el norte de África y Oriente Medio: Marruecos, Chile, Egipto… Los porcentajes de eficacia que se han ido anunciando se mueven dentro de una horquilla muy amplio, que va del 78% de los ensayos de Turquía al 65% de los de Indonesia, o del 50% de los de Brasil al 87% de los de los Emiratos Árabes Unidos.

Un trabajador de Sinovac Biotech, una de las empresas chinas que eses encuentran inmersas en la carrera de la vacuna del coronavirus.

A pesar de las incertidumbres y la carencia de validación científica, decenas de países ya se han apresurado a aprobar y hacer compras de las dos vacunas chinas más avanzadas: la de Sinopharm y la de Sinovac. Se trata de dos vacunas que se pueden almacenar en neveras convencionales, de un coste relativamente barato (que se sitúa en una zona intermedia entre el coste de las de AstraZeneca y las de Moderna), basadas en una tecnología ya empleada desde hace décadas, que actúan a través de la inoculación del virus entero desactivado. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha empezado a verificar los procesos de producción. Su previsible aprobación en las próximas semanas también podría ser clave en su proyección internacional a través de la iniciativa Covax, que prevé distribuir 2.000 millones de vacunas para países subdesarrollados. De momento, China ha comprometido la entrega a corto plazo de 10 millones de dosis.

Xi Jinping abrió la vía diplomática de la vacuna china el pasado 18 de mayo ante la asamblea de la OMS cuando anunció que la vacuna tenía que ser un “bien público global”. Con tan solo algunos brotes locales de covid-19, China puede dedicar (de momento) buena parte de su producción a la exportación. Se trata de una estrategia que trabaja a diferentes velocidades. De entrada busca mejorar la imagen internacional de China, malograda después del brote y la gestión inicial del virus en Wuhan. A largo plazo se trata de lograr una posición dominante en el terreno clave de la economía biotecnológica global. Evidentemente también hay una ganancia económica inmediata. A nivel geoestratégico y a corto plazo se trata de reforzar vínculos económicos y diplomáticos con los países clave en las iniciativas de las Nuevas Rutas de la Seda. El aislacionismo norteamericano de la era Trump ha dejado el terreno abonado para la expansión de la influencia global china, incluso en su patio trasero de América Latina. En los casos de Marruecos, Indonesia y Brasil, los acuerdos incluyen la construcción de industrias de producción de las vacunas chinas. Pekín ha anunciado también la concesión de líneas de crédito de miles de millones para África y Latinoamérica que les tienen que permitir afrontar la compra de las vacunas. La diplomacia de la deuda blanda crea unos vínculos indelebles.

En el caso europeo las vacunas chinas han llegado a través de los países más vinculados a China. De entrada está Serbia, aspirante a entrar en la Unión, y recientemente también Hungría. Ahora que ya damos por seguro que la vacuna rusa Sputnik se incorporará a la cartera de compras de la Unión Europea, hace pocos días el ministro de Sanidad alemán planteó la posibilidad de incorporar también las vacunas chinas.

La apuesta de la diplomacia vacunal china es ambiciosa pero arriesgada: los retrasos en las entregas, los incrementos imprevisibles en las necesidades internas y los grados realmente logrados de inmunización de sus vacunas marcarán el resultado de la jugada. En todo caso, bienvenida sea esta jugada si tiene que contribuir a la inmunización global. Mientras tanto, los europeos de la Unión, los británicos y los norteamericanos seguimos encapsulados en un mundo que se nos va quedando cada día más pequeño.

Manel Ollé es profesor de estudios chinos en la UPF

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