Imagen de archivo de una sesión de control en el Congreso de los Diputados.
21/08/2025
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Aparte de que resulte siempre decepcionante escuchar a los políticos pelearse mientras se producen grandes desgracias, la crisis política en sordina que se ha producido en torno a los –espantosos– incendios de este verano en la península Ibérica es indiciaria de por dónde discurrirá el debate público en el nuevo curso de la política española. El contexto, que conocemos lo suficiente, lo resumió José María Aznar con su llamamiento al asedio y demolición del gobierno presidido por Pedro Sánchez: "Quien pueda hacer, que haga". De ahí es de donde venimos, de una campaña permanente para hacer descarrilar el gobierno de coalición de izquierdas que se reeditó a consecuencia de los resultados de las elecciones de julio de 2023. Una campaña sin tregua en la que ha valido literalmente todo, desde la construcción y la defensa a ultranza de mentiras que siempre tienden a explotar los miedos de la ciudadanía hasta la utilización de la justicia y la policía para destruir adversarios políticos, pasando por la erosión de las instituciones e incluso del orden constitucional, cuando al PP y a Vox no les encaja con sus historias de miedo y odio. El catalizador de todo ello, evidentemente, es el propio Pedro Sánchez, convertido en un monstruo de feria al estilo de lo que en tiempos anteriores han representado Puigdemont, Otegi, Junqueras, Carod-Rovira o Arzalluz, por decir unos pocos. La novedad es que, por primera vez, sea un presidente español quien sea exhibido en la picota para que todo el mundo que se anime pueda denigrarlo.

Todo apunta a que el curso siguiente seguirá esta misma línea, solo que ampliada y multiplicada por la urgencia que tiene la derecha nacionalista (la urgencia financiera, la primera de todas) de instalarse en el poder grande, el poder que se mueve desde la Moncloa. Por eso he escrito antes que el enfrentamiento por los incendios veraniegos ha sido "con sordina", porque parecerá poco comparado con la estridencia que previsiblemente nos espera cuando vuelva a empezar el curso. Por supuesto, el PSOE agrava sensiblemente las cosas cuando desde su cúpula se destapan casos de corrupción, o cuando simplemente intenta competir con el PP en la guerra de los dosieres, que acaba beneficiando mucho, en primer lugar, a Vox: las expectativas electorales del partido fascista son muy buenas, a pesar de la completa incompetencia demostrada hasta ahora en las áreas del gobierno que le ha tocado gestionar en los pactos que mantiene con el PP en ayuntamientos y comunidades autónomas.

Los incendios son, decíamos, un buen ejemplo de la tendencia: en efecto, las competencias para prevenirlos y combatirlos son autonómicas; y, en efecto, los gobiernos del PP y de Vox han recortado las partidas destinadas a ello, entre otros motivos, por su negacionismo climático. Pero esto no tiene importancia, la realidad carece de importancia. Tiene solo un relato mentiroso y nauseabundo, en el que, viendo el material que ponen a hervir en las redes, pronto será puesta también en cuestión la salud, física y mental, de Sánchez. Piensan que es la hora del último asalto, y pondrán toda la carne –toda la mierda– en el asador.

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