El presidente de la Generalitat, Salvador Illa, en el Parlament minutos antes de empezar el debate de política general.
12/10/2024
3 min

Los tiempos políticos se han acortado. La inestabilidad es la norma. No hay grandes unanimidades, manda la fragmentación, la desorientación, el cortoplacismo. Todo se quema deprisa. Salvador Illa es presidente de Cataluña con una mayoría por los pelos, gobierna en minoría. ¿Cuánto va a durar? Paradójicamente, el ambiente general de desafección ciudadana puede serle favorable. Nadie espera mucho de la política. Tiene margen para demostrar que sin grandes ilusiones en el horizonte se pueden encontrar soluciones. Lo dijo en el debate de política general: él no es de revoluciones. Quiere ser útil, quiere ser un buen gestor.

Ahora mismo, además, no tiene ningún liderazgo que le haga sombra. Se ha visto esta semana en el Parlament. Y se verá aún más en los próximos meses. El anunciado oxímoron de renovación continuista de los liderazgos en Junts y ERC, en que todo apunta que serán elegidas las figuras que simbolizan el recuerdo de una derrota heroica, Puigdemont y Junqueras, da campo ancho al presidente socialista. Ni el líder de Junts ni el de ERC parece que, en el presente prosaico, puedan hacerle sombra electoralmente. Puigdemont y Junqueres aglutinarán a sus minorías fieles, pero cuesta pensar que puedan sumar nuevos adeptos. Illa podrá seguir aspirando a ampliar su base, la de la Cataluña que va del españolismo federalista al catalanismo de orden, este último fronterizo con el soberanismo pragmático.

Así, pues, Illa tiene controlado el flanco interno. El salto hacia adelante en la financiación como objetivo central, acompañado de la atención prioritaria a la crisis de la vivienda, y a sacar al catalán del pozo del declive en el uso social, conforman una tripleta difícil de rebatir. Con PP-Vox-Aliança como enemigos perfectos, con ERC-Comuns como amigos necesarios, y con Junts como oposición nacional pero no ideológica, el juego no le es incómodo.

El flanco más imprevisible lo tiene en Madrid, donde cuenta con la complicidad de Pedro Sánchez, sí, pero de un Sánchez que vive en una España polarizada por la derecha y cuya continuidad depende del independentismo catalán. Cuanta menos oposición pueda ejercer Junts en el Parlament, más necesidad tendrá de hacerla en el Congreso. Cuando Illa pide a Junts una "oposición responsable", en realidad lo hace más pensando en el rol de los de Puigdemont en Madrid que en Barcelona.

De todos modos, Illa juega con buenas cartas: sabe que si todo acabara mal, es decir, si Sánchez cayera y se desatara un doble adelanto electoral, a él no le iría mal. Sería aún más la opción segura tanto de estabilidad en Cataluña como de freno a la derecha españolista en Madrid. De modo que si la legislatura sigue y consigue la financiación singular (el reto es tan fabuloso como lleno de interrogantes), el triunfo será histórico. Si, en cambio, se rompe antes la baraja, también estará bien posicionado. La conclusión es que tenemos Illa para rato.

Naturalmente, la gestión del día a día no la tiene fácil. Se acumulan los problemas. Puede haber accidentes de recorrido. Si desea mantener la marca de gestor fiable, si quiere erigirse en un mandatario efectivo, no solo tendrá que no cometer errores, sino también deberá ser valiente en la búsqueda de soluciones. No le faltará trabajo. En Cercanías se incendian vagones y no llegan los traspasos, la tregua de la sequía es un espejismo, la sanidad sigue eternamente tensionada, la educación ha caído en un pesimismo fatalista (¿no habrá sexta hora en la pública?), las entidades sociales llevan tiempo viviendo ahogadas mientras tapan agujeros en situaciones límite (los indicadores hablan de un 24% de pobreza en Cataluña, con ayudas que no llegan a los destinatarios), el tejido productivo de pequeños y medianos empresarios necesita agilidad administrativa y que alguien vele por los suyos intereses en los despachos ministeriales (precio de la energía, fondos europeos, infraestructuras, etc.), las renovables avanzan con exasperante lentitud, la vivienda es el agujero negro de la crisis social y el retroceso de la lengua pide recursos y convicción ( ¿es real, la convicción, más allá de haber creado un departamento propio con un consejero solvente?).

En resumen: Illa lo tiene bien para mantenerse (en el poder) y lo tiene difícil para salirse con la suya (en el pantanoso terreno de las soluciones).

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