Rubius en su canal de Twitch
Abogada
4 min

Los influencers, más que anunciar producto, proyectan aspiraciones: de la ortodoncia a los stiletto, del neolith en la piscina infinita, del clean look de los lunes a los viernes boho. El relevo de socialidades exquisitas, como Isabel Presyler, le han tomado esnobs de todo tipo; ultras devotas como Tamara Falcó, desenvueltas como Dulceida, recién llegadas como Georgina Rodríguez... Las nacidas en la república independiente de Ikea tan pronto graban los vídeos en el sofá con la mantita blanda como en el CrossFit con la toalla sudada. Naturalmente, nadie traga ciertos montajes, pero la combinación de tirria y fascinación que provocan es adictiva. La Ballerina Farm, una parodia de granjera casada con el heredero de una aerolínea, no tiene ni idea de las dificultades de una explotación ganadera más allá de ensuciarse las botas de estiércol. En las bucólicas imágenes haciendo mostaza o hilando mozzarella, con alguno de sus ocho hijos, no salen criadas ni niñeras. No hay nada natural en aquella casa, salvo la madera tan lavada country chic. Delphine de Vigan recrea, en Los niños son reyes, la esquina oscura de las familias que viven en un escaparate.

Detrás de las recetas banales se encuentra, emboscada, una carga política de profundidad. La granjera instagramer de Utah es una empresaria de éxito, pero también una mormona tradwife (ama de casa tradicional) en versión 2.0. Muchos iconos de la fachosfera –como UTBH (un tío blanco hetero)– no crean contenido, viven de monetizar el odio hacia quienes consideran púrria woke. El estrumero Ibai Llanos, uno de los pocos que no ha fijado su residencia en el edén andorrano, alerta sobre individuos como The Grefg o El Rubius; espabilados que no sólo se escabullan de los impuestos, como los defraudadores de toda la vida, sino que hacen campaña por la insolidaridad fiscal.

Sin embargo, cuando se habla de influencia, como actividad organizada, no se hace referencia a los que viven de la exposición o la confrontación digital, sino a la presión de los grupos de interés. En inglés toman el nombre del lugar donde se esperaban quienes querían acceder a los congresistas: el vestíbulo (lobby) del hotel Willard, cerca del Capitolio y de la Casa Blanca. En España, donde hablamos de "hacer pasillos", estaba la figura del cabildeo como sinónimo de intrigar o conspirar.

En realidad, no hay un derecho a influir o ganar voluntades, sino a participar. Derecho a que estén representados todos los intereses en juego y las decisiones que afectan a la comunidad se tomen por el bien común, valorando toda la información y sus implicaciones. Resulta indispensable un control independiente que detecte y supervise los incumplimientos de estas tres condiciones: transparencia, integridad y equidad.

La influencia indebida será más difícil con una buena trazabilidad de las normas y publicidad completa de las reuniones de los cargos públicos; incluso con la divulgación de la financiación de las fundaciones, centros de investigación y organizaciones que realizan actividades de lobi. Un estado de opinión favorable también se puede crear, de forma indirecta, con campañas de impacto en los medios o en las redes, colando noticias en Wikipedia o eliminando los posicionamientos críticos. Clama al cielo que universidades públicas se presten, como si nada, a acoger cátedras financiadas por lobis, con independencia bajo sospecha; es el caso, denunciado por el Sindicat de Llogateres, de las que tiene la UPF con el gremio inmobiliario –Tecnocasa; Colegio de Administradores de Fincas; Asociación de Promotores y de Constructores de Edificios de Cataluña (APCE)–.

Por el contrario, en un contexto de secretismo y medias verdades en la política del gobierno español sobre el comercio de armamento, se agradecen informes como el del centro Delàs sobre la financiación por nuestros bancos (BBVA, Santander, Caixabank...) del negocio de la muerte, o el hecho de que ese mismo centro haya destapado los 46 contratos que ha cerrado España con empresas militares israelíes desde el 7 de octubre de 2023.

La transparencia no es un superpoder. Debe ir de la mano de la integridad, ya que no todas las presiones son admisibles. Algunas miserables, divulgadas por The Intercept, Reuters o el MIT, han hecho historia: la ofensiva de cien lobistas de las grandes farmacéuticas, en Washington DC, para frenar la liberación de las patentes y el envío de vacunas de la covid a países del "Tercer Mundo"; la campaña secreta de Philip Morris International para socavar el convenio marco de la OMS y torpedear leyes antitabaco en Asia y África, o la inyección de fondos del lobi petrolero (ve por dónde, a los mismos think thanks que las tabacaleras) para promover el negacionismo climático.

Tan importante como combatir la opacidad y la indecencia es garantizar que el acceso a los centros de poder se realiza en igualdad de condiciones. Las grandes corporaciones le han monopolizado, como denuncia Amnistía Internacional con el caso Shell, que se ha retirado de la extracción petrolera en Nigeria sin rendir cuentas a las comunidades afectadas por décadas de contaminación del delta de Níger. Parece una excentricidad, pero en EEUU las empresas de "relaciones públicas" pagan a indigentes para que guarden la tanda para las reuniones con congresistas mientras los ecologistas, por ejemplo, quedan fuera.

Una forma naturalizada de promiscuidad entre la élite política y económica son las puertas giratorias. Quienes han hecho carrera en el partido, premiados con posiciones públicas desde donde engordan la agenda de contactos, acaban rentabilizándolos en el sector privado. Es más que sospechosa la predilección del lobi energético o inmobiliario por fichar a ex altos cargos. Sin ir más lejos, la presidencia de la Asociación de Propietarios de Pisos de Alquiler (ASVAL), que representa a los grandes fondos de inversión, pasó de Joan Clos (médico de formación, ex alcalde de Barcelona y ex director de ONU-Habitat) en Helena Beunza (ex secretaria general de Vivienda del gobierno español). Viendo el lampedusismo en la regulación de los alquileres en nuestra casa –lleno de agujeros, como el alquiler de temporada–, me viene a la cabeza el eslogan de James O'Brien, líder obrerista inglés: "Los bribones te dirán que no estás representado porque no tienes patrimonio, yo te digo que no tienes patrimonio porque no estás representado".

stats