

En la ceremonia de despedida del presidente Carter (muerte a los cien años) el presidente Biden apeló a "la obligación de no dar ningún refugio seguro al odio". No es difícil imaginarse a qué se refería teniendo a Trump delante y en un momento en que la egopolítica –nunca ausente en cualquier ámbito de poder– vive momentos de alta intensidad en detrimento de los que deberían ser principios del comportamiento político: el respeto al adversario y el reconocimiento de la ciudadanía. Y, sin embargo, en EEUU vuelve un presidente que hace de la impunidad virtud y de la mentira, el motor de su acción pública; y acompañado de Elon Musk, que es hoy el principal promotor de la disolución de la verdad en el mundo a partir de su control sobre parte del espacio de la comunicación digital.
La manipulación de la opinión y la construcción de las verdades oficiales son intrínsecas a cualquier forma de poder. Situados en el marco de la política, en un momento de grandes transformaciones como la actual, el desbordamiento de los equilibrios más o menos adquiridos se hace más evidente. Y la noción de límites salta por los aires. El odio, la venganza y el supremacismo toman sus formas más caricaturescas. Por eso el caso Trump es icónico. Instalado en el oro y la insolencia, es capaz de justificar el intento de golpe de estado que promovió al perder con Joe Biden y de situarse por encima de la ley con toda impunidad. Trump llega a la presidencia cargado de condenas judiciales: un delincuente confeso y convicto gobernará la primera potencia mundial. Es raro que los mecanismos institucionales no lo impidan. Y, sin embargo, seguirá propagando el odio, que es su forma de estar en el mundo.
Tan patética es la situación, que ahora ya se especula –trista resignación– que el choque de egos con Elon Musk acabe llevando a rebajar el programa de máximos según el cual pretenden poner el mundo a sus pies. En cualquier caso, una presidencia que comienza con la ambición de apoderarse de tres territorios extranjeros, mal va. ¿Resistirá Europa en horas bajas o acabarán claudicando a todos, como ya han hecho Macron y Meloni?
La advertencia de Biden no debería pasar desapercibida. El odio se propaga a todo trapo. Y los espectáculos de la insolencia los tenemos en el orden del día. Éste es el fin de semana de otro ejercicio de la impunidad: la confirmación de Maduro como presidente de Venezuela sin que haya unos resultados que lo avalen. No se han hecho públicas las actas de las votaciones. Es decir, Maduro ha decidido que ha ganado sin prueba alguna. La comunidad internacional no ha impedido la estafa. Y gobiernos como el español han preferido pasar de puntillas. Otro ejercicio de impunidad, montado sobre el odio que Maduro destila permanentemente, amparado por el ejército y por la industria del petróleo. A esto se le llamaba un golpe de estado fascista.