Benjamin Netanyahu junto al ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant.
28/05/2024
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Violencia. Solo dos días después de que el Tribunal Internacional de Justicia ordenara a Israel decretar un alto el fuego inmediato en Gaza, la respuesta del gobierno de Benjamin Netanyahu es un bombardeo aéreo sobre un campo de desplazados de Rafah. El ataque y el incendio que desató, que mataron, sobre todo, a mujeres y niños, son injustificables. Como lo es la destrucción de Járkov con el ataque directo a población civil en zonas que no tienen ningún valor militar. Arrasar una tienda de bricolaje en un barrio residencial de la segunda ciudad más grande de Ucrania o destruir la vida refugiada bajo la fragilidad de los plásticos y chapas de un campo provisional que ha sido declarado zona segura son crímenes de guerra.

Hay un autoritarismo que ha hecho de la explotación del miedo y de los enemigos externos el mortero que cohesiona el régimen. Es la guerra como estrategia permanente, como explica el último libro de Marie Mendras, experta en Rusia. Pero también hay una connivencia que lo alimenta desde fuera. Las violaciones de derechos humanos tienen ejecutores y cómplices.

Connivencias. El orden internacional basado en reglas tiene pies de barro. Como los tiene una justicia internacional que se aplica a discreción. ¿Qué recorrido real tendrán las órdenes de detención del Tribunal Penal Internacional contra el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, su ministro de Defensa, Yoav Gallant, y tres líderes de Hamás? ¿Quién aplicará la orden de arresto del Tribunal de La Haya contra Vladimir Putin?

En Siria, Yemen, Sudán o Myanmar los asesinatos, las torturas, las desapariciones forzosas y la violencia sexual son parte de la larga lista de delitos que se cometen desde hace años. La legislación internacional está cada vez más debilitada. Atropellada por quienes ejecutan estas atrocidades, pero también por aquellos que solo la defienden desde la doble moral. Que imponen la justicia internacional sobre el débil –como saben muchos países africanos– y, en cambio, amparan un abusivo derecho a la defensa del agresor.

Son las potencias occidentales las primeras que han contribuido también a erosionar a marchas forzadas el sistema internacional que construyeron después de la Segunda Guerra Mundial. Estamos ante un orden basado en unas jerarquías globales hoy cuestionadas y desiguales.

Hegemonías. Un documental de la cadena francesa Arte, que se emitirá este martes, recupera una imagen del entonces senador Joe Biden del año 1997, después de una visita a Moscú para hablar con los rusos de la ampliación del OTAN. En la grabación, Biden explica cómo el Kremlin, que no quiere ni oír hablar de la expansión de la Alianza Atlántica, amenaza con un acercamiento a China. Ante un auditorio lleno, Biden se mofa, desea suerte a los rusos y dice que, si la estrategia no les funciona, pueden mirar hacia Irán, también. Y la audiencia ríe.

Eran finales de los 90, el mundo estaba a punto de cambiar con el cambio de siglo. Y, hoy, ese comentario burlón es una realidad geopolítica. Existe un nuevo juego de alianzas globales que se construye por oposición, para apuntalar otras hegemonías. Un mundo de alianzas fragmentadas que toman partido a los dos lados de la línea de frente ucraniana.

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