La barra del Malparit.
10/08/2025
Periodista y escritor
3 min

La batalla del catalán se juega en los bares carajilleros. En las cordilleras de los desayunos. Entre costillas de cordero y tortillas de frijoles y espinacas. Atravesando pies de cerdo y huevos fritos. Rompiendo con loncetas y arenques. Pan. Vino. Grasiosa. Carajillo. Aquí está la guerra.

Hay miles de bares carajilleros en la Cataluña real. Termómetros. Sismogramas. Centros de Estudios de Opinión que nunca la cagan. Entre un plato asado al milímetro y lámparas científicas en la camisa. Demoscopia de tenedor y cuchillo. El músculo y la transmisión del catalán pone toda la carne en la parrilla en las tablas del colesterol. Hay fato. Son de vida. Hay vida. Detrás hay más manos que piel. Son los catalanes que han levantado Catalunya y ahora despegan la barriga. Ya estaban allí. Pronto no estarán, pero aún más no tendrán nada que llevar al buche. Ni ellos, ni los hijos, ni los nietos. Abra la boca. Retire la lengua y haga: Ahhh…

En 9 de cada 10 casos este Ahhh cambia de pataco. Como un herpes brotado por una mala noticia. ¡Ahhh! En español. Matemática y biológicamente en la mayoría de bares carajilleros ya no están el señor Ramón y la señora Pepita. Ya no hay esos matrimonios inquebrantables que vivían en el bar. Maniquíes del día a día. Antes de morir, antes de matar al bar… Los hijos han querido ser bomberos, profesores, taxidermistas. El bar se traspasa. Se llama resurrección. Y coge los restos, muebles e inmuebles, la rumana, la búlgara, el chino, el guatemalteco… Y hace los mismos pies de cerdo mudados, sardinas a la llama, tocino sin humo… Ha habido una transmisión de know how, de chup-chup, de saó… Pero el único plato que no hay es el catalán.

Tú tienes tejados de cinco, diez, quince personas. Todas hablando y comiendo en el idioma salchichón. Y a la chica se le empalman todo en castellano. Y ahí está la vianda: 15 contra 1 y gana el 1. Multiplique hasta el infinito bares, tiendas, calles, centros de reencuentro impersonal, oficinas de comportamiento estático, dependencias contra la discriminación de los zurdos… Todo es dicho y contado. Nos la jugamos aquí.

Los bares carajilleros son un ejército. Cada mesa es una victoria. Cada soldado de la chuleta tiene misión. El arma está en la lengua. Son la CIA. Centrales de inteligencia, información, transmisión, contagio. Nuestra guerra está aquí. El clic. Para que todo cambie. El somatén. La institución interruptor. El estado catalán. No espere a nadie. Aquí está el ejército. Los soldados catalanes que nos han precedido lo saben. En la mesa y en la cama, en el primer grito.

Joan Sales, oficial de la Escuela de Guerra de la Generalitat. Luces antiniebla. Antiruquería. Antitodo. Decía en 1936: "Y pensar los horrores que nos habríamos podido ahorrar si el pasado julio hubiera existido un Ejército de Catalunya para hacer frente al mismo tiempo a los fascistas ya los anarquistas". Perder el país, las personas, la lengua… Y exiliarse. Y volver en 1948 y decir: "Veía a mis sobrinos que no habían leído nada en catalán. Le dije a mi sobrino mayor «antes de la guerra los periódicos salían en catalán...», ¡y aplastó una carcajada!". Esto está ocurriendo en 2025.

Los nietos de los padrinos carajilleros hablan castellano. Porque los padrinos-padres contestan en castellano. Y los hijos de la del bar, y los nietos de quienes van al bar tienen en el castellano su comida común de bar carajillero diario. Y hartaos hasta morir. Cómo dialogaban Sales y Joan Coromines: "Hay problemas que más que los filólogos les resolverían los Mossos d'Esquadra". Cada bar es una trinchera.

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