Las elecciones europeas, una inquietud constante
El alud de información de actualidad global, política y económica, no deja de acelerarse. La presidencia Trump en Estados Unidos es una fuente inagotable de sorpresas, sustos y pasos atrás que no dejan de inquietarnos. Por si fuera poco, este domingo ha habido tres elecciones europeas importantes que nos han tenido preocupados por la incertidumbre de los resultados y por las potenciales consecuencias que podían tener. En los tres casos estaba sobre la mesa el papel de fuerzas contrarias a la integración europea que podían ganar. Aunque falta la segunda vuelta de las elecciones presidenciales polacas, el resultado de las presidenciales rumanas y de las parlamentarias portuguesas no ha sido un desastre, aunque el de las portuguesas ha desbordado las previsiones negativas.
Estas fuerzas contrarias a la integración europea actualmente suelen ser de extrema derecha. Lo eran claramente en Rumania y en Portugal y, de facto, también ocupan este espacio en Polonia. De Rumanía nos preocupa que hayan podido aparecer candidatos ganadores a la más alta autoridad de un país que, antes de las elecciones, solo eran conocidos por los seguidores de una red social pero desconocidos de la gente normalmente bien informada. Esto significa que la realidad se ha convertido en completamente dual –o múltiple– según el relato que se haga y los canales comunicativos que se utilicen. En este caso la divisoria ha sido principalmente de edad, pero también territorial. Los jóvenes se informan solo por redes sociales –TikTok en este caso–, mientras que los mayores se informan por los medios de comunicación tradicionales. Ya se vio en las elecciones europeas, a nivel español, con la emergencia de Alvise Pérez –entonces un influencer desconocido–. La construcción de estos liderazgos políticos se hace de la nada, a base de repetir informaciones que pueden ser completamente falsas. Afortunadamente, en Rumanía ha acabado ganando el candidato proeuropeo, que hasta ahora era el alcalde de Bucarest. Para un país tan beneficiario de apoyo europeo habría sido un desastre salir de la UE. Supongo que el electorado habrá tenido tiempo para evaluar si las ganancias de salir superaban las pérdidas.
En el caso de Portugal, se produjo el reforzamiento del candidato de extrema derecha, desconocido hasta hace pocos años, pero que se llevó cerca del 23% de los votos y el mismo número de escaños que el Partido Socialista, que se hundió notablemente. El éxito fulgurante de la extrema derecha portuguesa puede tener alguna razón técnica, como podría ser la multiplicación de elecciones en pocos años, lo que siempre da espacio a fuerzas políticas nuevas y desconocidas que pueden insistir en su programa sin acceder a responsabilidades de gobierno. En este caso, como en tantos otros países donde la extrema derecha crece, su programa era antiinmigración y hostil a la clase política, que consideran apalancada en el poder desde hace cincuenta años. En el caso portugués, esto significa desde el derribo de la dictadura salazarista. No importa que los problemas puedan ser falsos o hayan sido muy exagerados. Importa que hayan sido acusaciones creídas por parte importante del electorado.
No podemos decir todavía nada sobre Polonia, más allá de la buena posición de partida del candidato más alineado con las posiciones del primer ministro –Donald Tusk–. Pero todavía hay muchas incertidumbres sobre lo que puede pasar en la segunda ronda.
De estas novedades recientes podemos decir, creo que sin riesgo de equivocarnos, que todo pudo ser peor. También se puede decir que la fragmentación del espacio comunicativo público es muy intensa. Quizás lo único que compartimos es la completa desconfianza en lo que cada uno explica y de qué informa. En pocas palabras: no creemos lo que el otro dice. Solo compartimos algunos grandes titulares –la muerte del Papa, por ejemplo–, pero los significados subyacentes a los titulares no son los mismos. En cambio, cuesta mucho asumir desde nuestra perspectiva que las denuncias que hacen fuerzas políticas con las que estamos totalmente en desacuerdo pueden tener alguna parte de verdad, o simplemente transmiten sensaciones que pueden ser vividas intensamente por los electores. Y en democracia, los electores mandan.
Prestar atención a las quejas, por alejadas de nuestra sensibilidad que estén, es indispensable para volver a evaluar las políticas que se plantean y ver si todavía tienen sentido o no –y si tienen, valorar cómo mejorarlas–. Obviamente, es el caso de la inmigración, que ha llevado a que los partidos de izquierda pierdan buena parte de sus bases electorales tradicionales, que han decidido preferir las propuestas de la extrema derecha. No los demonicemos, que los haremos aún más populares como transgresores de los statu quo ideológicos dominantes. No son tiempos de encerrarse en banda defendiendo políticas que el electorado rechaza. Conviene escuchar y querer entender las razones de los votos de protesta, al menos para corregir políticas y actitudes que generan rechazo.