Kamala Harris en un encuentro con atletas universitarios en la Casa Blanca el 22 de julio.
07/08/2024
3 min

Campaña. La retirada de Joe Biden ofrece a los demócratas, al menos, una oportunidad. El partido frena, por ahora, la caída en picado de una campaña agónica. El presidente de Estados Unidos ha tomado la decisión histórica de renunciar a una reelección fallida. Biden se había convertido en un lastre para su propio partido. La polarización extrema eclipsaba cualquier valoración de la gestión de gobierno hecha en estos cuatro años, y los lapsus de memoria y el comportamiento errático del presidente hacían imposible transmitir ningún tipo de confianza en un futuro mandato.

La campaña presidencial ha entrado en una nueva fase. Hoy los demócratas recuperan tensión informativa y demuestran estar dispuestos a hacer lo necesario para parar el regreso triunfal de Donald Trump a la Casa Blanca. Ahora son los republicanos quienes deben adaptarse al cambio de guion.

El discurso de la fuerza contra la debilidad, que enfrentaba a un Trump revigorizado por el apoyo unánime del partido contra un Biden dubitativo y que alejaba a una parte importante de su electorado, ha quedado superado. Ahora se trata de un viejo conocido y del recuerdo de su apetito por la democracia autoritaria versus una novedad por descubrir. Incluso si esa novedad se llama Kamala Harris, abogada de éxito, fiscal, independiente y vicepresidenta fallida e impopular. Harris es el repuesto natural, pero también un gran interrogante, porque Biden fue el primero que la subestimó demasiadas veces durante su mandato.

Nominación. Condoleezza Rice dijo hace años que Estados Unidos podía tener un presidente negro pero que nunca elegiría a una mujer como presidenta.

El primer reto del nuevo candidato demócrata a la presidencia debe ser recuperar la confianza del partido y la capacidad de movilización de un electorado desorientado por la deriva de los últimos meses. Kamala Harris está obligada a ocupar la escena pública mucho antes de la coronación demócrata en la convención del partido del 19 de agosto. Debe recordar a los estadounidenses quién es y por qué se confió en ella hace cuatro años. Necesita prepararse para el cuerpo a cuerpo descontrolado, en los modos y en el contenido, que supone enfrentarse a un Trump que ha empezado la embestida intentando convertirla en una caricatura.

El Washington Post –y no son los únicos– ha tenido ya la tentación de imaginar un debate Trump-Harris como la confrontación entre la fiscal y el delincuente. Pero, con la lección aprendida del 2016, los demócratas ya saben que no deben cometer el error de Hillary Clinton de despreciar a Trump ni a sus votantes.

Mensaje. El periodista de investigación David Cay Johnston, autor de un libro sobre el ascenso de Donald Trump de los negocios a la política, explica que el éxito electoral de Trump ilustra “el creciente abismo existente entre los dirigentes políticos estadounidenses y el resto del país”. Un auge que "bebe de una frustración colectiva por la desigualdad". La ironía es que Trump lo hace desde el desprecio hacia las personas.

Hay unos Estados Unidos que llevan décadas sintiéndose víctimas de un declive económico y cultural, y paradójicamente es el candidato republicano quien ha sabido llegar a esta América y explotar sus emociones.

Escuchar es un acto político. En su libro Infocracia, el filósofo Byung-Chul Han retrata "la creciente atomización y narcisificación" de una sociedad que "nos hace sordos a la voz del otro".

Trump es el exponente máximo del culto al yo. La crisis de la democracia comienza por la desaparición del otro, por la incapacidad de escuchar.

La polarización moviliza a la contra y es probable que las elecciones del próximo noviembre se decidan a partir de qué candidato da más miedo.

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