Marear la perdiz

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Pedro Sánchez y Míriam Nogueras, reunidos en el Congreso

Dice Yuval Noah Harari que el hombre “es un ser capaz de crear ficciones y creérselas”. El problema de la ficción en política es que cuando se convierte en creencia puede situarnos con mucha facilidad en el espacio del riesgo. Es decir, en la pérdida de conciencia de los límites, siempre el punto de ruptura que conduce a la catástrofe. El razonamiento político gira alrededor de la relación de fuerzas. Y el éxito es la capacidad de determinar la condición de los demás. ¿Quién manda? En democracia, el que puede acumular más complicidades. De manera que se traduzcan en mayoría en el voto ciudadano. Y aquí se combinan dos factores: la capacidad de crear ficciones que integran y agrupan a la ciudadanía y la complicidad de los poderes sociales, los económicos y los medios de comunicación. Pasarse de frenada en cualquier ámbito a menudo se paga. Hemos tenido un buen ejemplo de ello en las elecciones generales del 23-J. Una gran mayoría de los medios de comunicación del Estado apostaron de forma incluso zafia por la victoria del PP. Y la exageración les salió cara: provocaron una respuesta reactiva de los ciudadanos. Y el PP se quedó con la boca abierta.

El resultado de todo esto es la inacabable negociación para la investidura de Pedro Sánchez, que corre el riesgo de llegar –si es que llega– con demasiadas desconfianzas acumuladas. Ahora ya no tiene ningún sentido ir mareando la perdiz a menos que realmente quiera forzarse la ruptura.

Cierren la negociación o déjenla correr. Hasta dónde se puede llegar lo saben todos. Si lo que queda por hacer es repartir cargos con un pacto PSC-Junts en el Ayuntamiento de Barcelona y en la Diputación, aceleren. Si siguen haciendo castillos en el aire, ya se ve el resultado: la desmovilización creciente, la pérdida de credibilidad, la desconfianza, la desmotivación general. En el 2017 quiso ir más allá de lo posible: ahora se paga. El clima es de creciente desinterés. Y el independentismo ha puesto de manifiesto los límites que todo el mundo conocía. Hacer política es captar la oportunidad. Hay una que es modesta: capitalizar la oportunidad de influencia y al mismo tiempo dar cierta normalidad al independentismo, que es lo que más irrita a Madrid. Seguir entreteniendo la jugada no lleva a ninguna parte. Salvo que Junts, pasada la fiebre independentista, quisiera volver a sus orígenes, hacer de derecha nacional jugando a hacer de bisagra entre PP y PSOE. Quién sabe.

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