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Un país emprende un camino hacia la nada cuando sus creadores de opinión son incapaces de identificar a la extrema derecha. Cuando se califica como extrema derecha quien no corresponde, mientras se hace pasar a sus representantes como demócratas. Expulsar a Vox de las calles (de Vic, el pasado sábado) y no permitir la difusión de sus mensajes de odio no es más que un acto de protesta y de dignidad ciudadanas que va en favor incluso de aquellos que lo critican. El fascismo no nació ayer y el conocimiento es acumulativo: se quiere decir con esto que ya sabemos, o tendríamos que saber, bastante sobre extremas derechas, ultraderechas, fascismos y neofascismos para que los podamos detectar antes de que puedan hacer efectiva la amenaza que representan. Antes de que sea demasiado tarde, como pasó en el siglo XX.

Hay voces supuestamente progresistas, como la de la periodista Ana Pastor, que ven mal que a unos políticos se les lancen huevos y tomates —y alguna piedra— “solo porque son de Vox”. Curiosamente, estas mismas voces tan remiradas cuando se trata de Vox no han mostrado ningún indicio de contrariedad cuando se ha aplicado la ley antiterrorista a ciudadanos perfectamente inocentes, a causa únicamente de su ideología (independentista), o cuando desde la derecha españolista (extrema y no tan extrema) no solo se han lanzado hortalizas —y piedras— contra personas de izquierdas y/o independentistas, sino que también se han proferido insultos y amenazas contra ellas, a menudo de muerte. Tanto escrúpulo cuando se trata de unos y tan poco cuando se trata de otros puede parecer una contradicción, pero en realidad estas voces supuestamente progresistas siguen una lógica muy definida, según la cual el germen de la intolerancia brota siempre en Catalunya (en especial en la Catalunya profunda, simbolizada invariablemente por Vic) y nunca dentro del nacionalismo español. Para ellos, Vox es un partido perfectamente homologable dentro del sistema político español, y hace tiempo que ha sido plenamente normalizado como una formación “constitucionalista”, a menudo encuadrada dentro del centroderecha. A diferencia de Francia o Alemania, donde la extrema derecha puede tener representación parlamentaria y presencia en los medios, pero es claramente identificada y aislada del resto, aquí Vox es un partido que representa la normalidad. Quizás se exceden un poco en algunos de sus enunciados, pero son buena gente al fin y al cabo, como vino a decir la ex alcaldessa de Madrid Manuela Carmena cuando afirmó que estaría encantada de tener nietos que fueran de Vox.

Es hacerse una trampa muy peligrosa al solitario pretender que el equivalente de Vox al “otro lado” sean los independentistas o la gente de Unidas Podemos. No hay extrema izquierda ahora mismo en el estado español, y el independentismo ultra es marginal. La extrema derecha españolista, en cambio, es la tercera fuerza en el Congreso, y se alimenta de los votos que quita a otros partidos como el PP y Ciudadanos. Querer disfrazar esto desde posiciones —insistamos— supuestamente progresistas es profundamente reaccionario y especialmente destructivo.

Sebastià Alzamora es escritor

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