Empiezo por el final: en el actual proceso congresual Esquerra deberá encarar el debate sobre la conveniencia de dejar de ser un partido político exclusivamente independentista. Sustituir el objetivo final de la independencia, fijado en el artículo 2 de los estatutos desde la última década del siglo XX, por el de la proclamación de la República Catalana. Es voluntad de algunos militantes independentistas incorporar esta cuestión con la misma naturalidad con la que se han ido integrando nuevas estrategias postproceso. Efectivamente, dado el hecho de que la victoria del 1-O no había sido la definitiva y motivados por la máxima de ganar o aprender, el republicanismo asumió que sólo podría aspirar a liderar un nuevo proceso hacia el ejercicio del derecho a la autodeterminación si era capaz de asumir la prenda derivada de metabolizar los errores cometidos entre 2015 y 2017. Por ejemplo, haber confundido el silencio de gran parte de nuestros compatriotas no independentistas con adhesión pasiva al unilateralismo.
Pese al precio pagado, ERC ha hecho buena parte de los deberes. Difícilmente puede rebatirse que en la actual coyuntura aparece como vía ineludible la llamada al conjunto del catalanismo político a participar activamente en la construcción de una solución que movilice al conjunto de las clases populares. Sin sectarismos ni vetos cruzados entre las izquierdas catalanas.
De hecho, frente a la Cataluña de los ocho millones y el país que vendrá y acercándonos a la conmemoración del centenario de ERC, se nos hace presente el ADN fundacional injertado por Macià y Companys en 1931: partido de alud de todo el republicanismo catalán, heterogéneo y diverso, eje troncal de la Cataluña autonómica republicana. Republicanismo sinónimo de catalanidad, de justicia social y de combate contra todo tipo de autoritarismos. El mismo republicanismo que en 1989 fue capaz de deshacerse del exilio interior impuesto por el pujolismo y el socialismo como padres fundadores de la Segunda Restauración Borbónica fijando como objetivo la independencia. El éxito de una Esquerra que tradujo políticamente los topes del autonomismo constitucional y supo leer correctamente las circunstancias del momento para adentrar a la sociedad hacia nuevos horizontes nacionales una vez asumido mayoritariamente el catalanismo autonómico por parte de la mayoría de la población autóctona o proveniente de las inmigraciones españolas.
De igual modo, ahora nos sentimos interpelados por los cambios demográficos, sociales, económicos, culturales, sociolingüísticos y políticos que está experimentando la sociedad catalana, caracterizados todos ellos por una aceleración tan evidente como incuestionable es la percepción de que el contexto internacional no contribuye a hacer más favorables las condiciones objetivas de las que disfrutamos en los años del Proceso. Actuar, pues, sin dilaciones en pro de la superación de atrincheramientos ideológicos proclives a convertir el independentismo en una ideología más que en una vía instrumental para hacer realidad una sociedad catalana más libre y justa.
Que las clases populares y las generaciones más jóvenes de hoy se sientan llamadas a salvaguardar la catalanidad ya protagonizar la construcción de un proceso de liberación nacional y social dependerá también de la voluntad del republicanismo de responder con celeridad a los cambios experimentados en el nuestro país. Y de forma intensa, como corresponde a una ideología asociada a la modernidad, ajena a encorsetamientos doctrinarios y depositaria del valor compartido por cientos de millones de personas de todas partes que "nadie es más que nadie".
En este contexto, es imprescindible que el partido decano de Cataluña se convierta en el punto de encuentro de las personas que se sienten llamadas a conquistar todas las soberanías a las que una sociedad debe aspirar para garantizar la socialización de la riqueza y el bienestar. Ergo, una Izquierda convertida en el gran contenedor de todo el soberanismo nacional. Tanto el de quienes perseguimos una República Catalana independiente o asociada al resto de territorios de los Países Catalanes como el de quien anhela una República Catalana articulada con el Estado español. Compartir, unos y otros, el camino, de igual a igual y desde un momento cero.
Porque hoy ya no se trata de aspirar a la conformación de una izquierda nacional independentista, sino de hacer realidad la hegemonía de las izquierdas autodeterministas. Una plausibilidad que sólo será realidad si ERC convierte al soberanismo en su común denominador al entender que independencia y República Catalana ni son conceptos antagónicos ni imprescindiblemente idénticos.
Aquí está la semilla de la victoria. El resto, noviazgo al tribalismo ideológico perdedor.