Oriol Junqueras
18/05/2024
3 min

El resultado lógico de un ciclo electoral nefasto, como el que ha sufrido ERC, es la asunción de responsabilidades. Por eso han plegado Pere Aragonès, Marta Rovira y Sergi Sabrià. Inmediatamente, las miradas se han dirigido hacia Oriol Junqueras, que aunque sigue inhabilitado, se le considera el inspirador de la línea política del partido. Junqueras, sin embargo, está empeñado en volver a la política institucional, y cree que tiene derecho a intentar lo que la justicia española, hasta ahora, le ha impedido. Al parecer, al respecto, quería una decisión inmediata, pero la dirección del partido –donde la división es patente– ha decidido convocar un congreso en noviembre, con margen para que surjan alternativas.

Con Junqueras tengo una relación de amistad desde hace veinte años, previa a la política. También con Raül Romeva, con quien coincidí en la Asociación de Objectores de Conciencia. Ver a estas dos personas tan cercanas encerradas en prisión durante más de tres años hizo que analizara su actuación (y la de todos los implicados en los hechos del 2017) con más empatía que los que les han intentado humillar. Nunca olvidaré la tristeza y la rabia que oí cuando Romeva fue recibido en la Ciudad de la Justicia con gritos de botifler y traidor, por parte de un grupo de pretendidos patriotas.

Desde un punto de vista personal, pues, entiendo que Junqueras quiera liderar la nueva etapa del partido. Primero, porque hasta ahora le ha sido negado el derecho a batirse electoralmente con sus rivales. Segundo, porque su papel fue clave en la propagación del independentismo, dentro y fuera de los límites de ERC, así como en el éxito del referéndum del 1 de Octubre. Del fracaso posterior tiene mucha culpa, pero no más que Carles Puigdemont. La rivalidad entre ambos, como es sabido, ha marcado en estos últimos años.

Parece que mucha gente –dentro de ERC– es partidaria de que Junqueras y Puigdemont plieguen, para que acabe esa estorca pugna personal, de modo que el independentismo pase página del 2017 y se conjure por la reanudación. Me parece razonable. Pero es de justicia señalar que, en los años en los que Puigdemont y su entorno se empeñaban en reivindicar la declaración de independencia fake, Junqueras y Rovira fueron los primeros en aceptar que había que asumir errores y cambiar de estrategia. Una asunción de responsabilidad que muchos aplaudimos. Pero esto no le ha supuesto ningún premio. Por el contrario, lo ha pagado muy caro en términos electorales.

La reciente derrota de ERC responde a causas diversas, pero es normal que el partido busque un revulsivo con nombres y apellidos. Ahora bien: los que quieren un nuevo liderazgo tienen dos retos insoslayables. Primero, encontrar a una persona capacitada para coger el timón. No hay ningún nombre en las vistas, y esto es un fracaso de la actual dirección (Junqueras incluido). Resulta incomprensible que con la cantidad de consejeros, alcaldes y altos cargos que ha tenido el partido en el último lustro, no se haya detectado y formado una nueva hornada de líderes y candidatos. El segundo reto es definir una estrategia nueva, si existe. Porque la estrategia vigente, basada en la gestión de los problemas cotidianos y el diálogo con Madrid, ha sido rechazada o ignorada por los electores. Porque no creen, o porque creen que deben llevarlo a cabo otros líderes, u otros partidos.

El gran problema que afronta ERC es que, aunque su congreso sea en noviembre, su estrategia deberá decidirse mucho antes, eligiendo entre las dos únicas opciones viables: permitir la investidura de Isla, y apretarlo desde la oposición, o inhibirse, asumiendo el riesgo de una repetición electoral. Por tanto, quien lidere el partido a partir de noviembre difícilmente podrá empezar de cero. Especialmente si es Junqueras.

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