Esta semana Íñigo Errejón nos sorprendía con un comunicado en el que explicaba que deja la política. En un escrito denso y poco clarificador hablaba de un momento personal complejo y, con gran confusión, intentaba definirse como una víctima del patriarcado repleta de contradicciones. Todo parecía responder a una estrategia para protegerse y sobre todo justificarse antes de que llegara el tsunami de historias de violencia contra diferentes mujeres que parece que le pasará por encima.
Pocas horas antes se había hecho pública en las redes sociales una denuncia contra él por violencia machista y sexual. Esta acción, que se había producido de forma anónima en un espacio seguro creado por la periodista Cristina Fallarás, fue el detonante para que otras dieran un paso adelante y contaran situaciones similares con el exdiputado de Sumar.
Pero dejadme que ponga sobre la mesa una serie de elementos que creo que son clave para entender un nuevo caso de violencia machista que puede provocar la caída de un político de izquierdas erigido en uno de los grandes defensores de varias causas sociales, entre ellas el feminismo.
¡No nos equivoquemos! No hay nada nuevo o sorprendente en que el agresor sea un hombre de izquierdas, porque como estamos aprendiendo colectivamente con casos tan dolorosos como el de Gisèle Pelicot, los violadores son de todas las clases sociales, de todos los entornos políticos, de todos los niveles de estudios, de todas sus procedencias... porque el patriarcado es transversal en todos ellos. Tan solo tienen una característica en común, y es que son hombres socializados en un machismo arraigado en nuestra sociedad.
Y es cierto que la decepción es más dolorosa con aquellos hombres, como Errejón, que pertenecen a un espacio político que hace bandera del feminismo, porque parecería que están más trabajitos, pero aquí es donde también hay otra trampa.
Porque esto va de poder y de deconstrucción real y no de tirar de teorías aprendidas, de referenciar en alguna conversación a algunas feministas de cabecera o de utilizar cuatro frases hechas para evidenciar el propio compromiso con la igualdad para conseguir así crear un contexto facilitador para ganar confianza. La perversión está servida.
La deconstrucción de la masculinidad hegemónica, que es la clave para acabar con tanta violencia, va de trabajarse a un nivel muy personal y profundo, que presiona, incomoda y puede ser muy doloroso. Va de ponerte ante el espejo y reflexionar sobre quién eres en lo esencial y tomar conciencia del espacio que has ocupado, el poder que has sustentado, los silencios en los que has participado o las líneas rojas que has cruzado. Sobre todo va de escuchar y asumir responsabilidades y no de sentirse atacado.
De ser consciente de cómo ha sido tu historia, con muchos privilegios más que tus compañeras. De empatizar, de salir de ti y conectar con el daño que puede haber sentido la otra a consecuencia de tus decisiones, o de lo que has encubierto en una peligrosa complicidad masculina. Va de uno mismo y no de lo que hacen las mujeres. No es tan difícil. Menos #notallmen ["no todos los hombres"] y más conciencia y reflexión.
Pero a muchos esto les da miedo, incluso pánico.
De hecho, el caso de Errejón es un claro ejemplo de cómo esquivar responsabilidades con justificaciones como las adicciones, el acceso al poder... cuando en última instancia la decisión de agredir, acosar o violar es personal e intransferible.
Las mujeres hemos aprendido mucho, últimamente, de hablar del dolor y romper el silencio sobre las heridas acumuladas. Y también nos ha dado miedo mirarnos las cicatrices, ponerles nombre y confrontarnos con aquellos que nos agredieron. Porque saberte acosada, agredida, violada... y atrapada en el silencio te rompe por dentro. Pero por suerte, ahora, juntas, escuchadas sin ser juzgadas y curándonos colectivamente, podemos seguir empujando para cambiar un sistema que nos sigue revictimizando. Lo social, como lo judicial, en lugar de poner el foco en los agresores sigue poniéndonos en duda, criticando los canales que utilizamos, la exposición pública o el anonimato, la denuncia formal... el déjà-vu de siempre.
El quid de la cuestión es cómo los hombres utilizan ese poder y esos privilegios que la sociedad machista les otorga. Cómo interiorizan rápidamente que cuanto más poder, más oportunidades tienen para acceder a las mujeres de la forma que sea, incluso violentándolas, cosificándolas, maltratándolas, violándolas, despreciándolas... Cómo tejen complicidades para protegerse o cómo aprovechan su cargo, sus altavoces, para crecer más y más y sentirse cada día más impunes. Errejón se hacía mayor y ellas más pequeñas, porque su poder generaba toneladas de miedo que caían sobre las mujeres que habían sido agredidas, enterrando así sus historias. Desgraciadamente, nada nuevo.
Lo que sí es nuevo es que las mujeres estamos narrándonos y confrontándonos, y aunque con un precio personal muy elevado para muchas, estamos derribando el orden impuesto.