El escándalo de Íñigo Errejón viene a sumarse a la larga lista de hombres de izquierdas que han protagonizado también historias que van desde los comportamientos inadecuados hasta el acoso o agresión sexual en los últimos años. Este fenómeno sí es transversal y lo encontramos repetido en una cantidad más que importante de formaciones progresistas, desde la CUP hasta el PSOE, pasando por ERC o, ahora, Más Madrid/Sumar. Fuera de los partidos políticos, en ámbitos –por ejemplo– académicos, artísticos, culturales, también son frecuentes los casos de hostigamiento, acoso, chantaje, porno revancha y un deprimente etcétera. Hablamos de hombres de entre cincuenta y sesenta años los más viejos, pero también de cuarenta, de treinta, supuestamente educados y concienciados en cuanto a la igualdad sexual. De hecho, ellos mismos suelen presentarse como tales: revisados, repensados, deconstruidos. Muchos hacen bandera de estos adjetivos, y se los cuelgan con ademán solemne, como si fueran medallas en la lucha por la igualdad. La petulancia, la charlatanería, el exhibicionismo y otras expresiones de vanidad son infecciones de la vida pública de nuestros días. Entre los hombres, producen desde depredadores de vía estrecha a grandes depredadores de ancho de vía europeo. Todos son peligrosos, todos son repulsivos y todos tienen un entorno que los oculta y, a menudo, los celebra.
Estos falsos predicadores de la igualdad, cuando alcanzan una mínima –por mínima que sea– cuota de poder, o de prestigio, o de proyección pública, comienzan a comportarse como el memo con pretensiones de macho alfa de toda la vida. Algunos encuentran la manera de retorcer la retórica progresista hasta convertirla en un señuelo sexual, y también les sirve de pretexto y de pantalla protectora: la intensidad de sus discursos pretendidamente igualitarios acaba haciéndose notar en la incomodidad que muchas y muchos sienten cuando llega el momento de denunciar sus abusos. La contradicción entre las palabras y los hechos (“entre el personaje y la persona”, como dijo Errejón, en su infumable escrito de dimisión) es tan flagrante que desenmascararlos se convierte en una tarea ardua e ingrata. Porque cuando ese momento llega, ya hay demasiada gente que les ha seguido el juego, o ha participado en él, o ha sido espectador más o menos morboso.
La hipocresía no es ningún invento de nuestros días, pero tiene un efecto especialmente corrosivo cuando se practica desde la izquierda, por la sencilla razón de que la izquierda tiene un discurso moral (si no os gusta, llamadlo transformador, llamadlo de mejora). No es cierto el tópico de la superioridad que se atribuye a la gente de izquierdas; sí es cierto, en cambio, que es progresista oponerse a los abusos de poder. Utilizar estas convicciones para tratar de hacerse el macho ante los amigos y ante nuevas víctimas propiciatorias, y después reaccionar con mentiras o con pedantería, evidentemente desacredita todo el trabajo que se haya podido hacer antes, por bueno o incluso excelente que haya podido ser. Y el descrédito es, evidentemente, el paso previo a la derrota.