España ha reconocido que el consejo de guerra que en 1974 condenó a Puig Antich fue ilegal e ilegítimo. Sus cuatro hermanas se han declarado muy emocionadas por el reconocimiento del Estado: "Era muy importante para nosotros".
Lo que no han logrado es que el Estado les pida perdón. Da igual que el juicio fuera ilegal y que acabara con una pena de muerte ejecutada con la asfixia lenta y violenta del condenado. El democrático estado español no pide perdón ni por los crímenes cometidos por la dictadura hace 50 años. El Estado entrega un certificado oficial que puede colgarse en una pared como si fuera un título universitario, pero el perdón, en modo alguno. Ayer mismo, en el Parlament, no pudo leerse una declaración porque había una frase ante la que el PSC se abstuvo: "El Parlament de Catalunya considera que el Estado debería pedir perdón por el asesinato del presidente Companys y por haber tardado más de ocho décadas en reconocer la nulidad del juicio al único presidente de Europa asesinado por los fascistas".
Perdón es una palabra tabú, incompatible con el orgullo, la victoria y la razón de estado, porque pertenece a otra dimensión de las relaciones humanas. Pero el Estado indulta o amnistía, como decía Raimon Panikkar: “Para perdonar hay que amar, si no, no se puede. Es imposible. Hay que querer la reconciliación, si no existe reconciliación, no hay perdón”.
El mundo no está por perdones, sino que sigue una doctrina calcada en el consejo que recibió Donald Trump cuando era joven: “No admitas nada, niegalo todo y, pase lo que pase, proclama la victoria y nunca admitas la derrota” . Y así nos va.