Ayuso ayer antes de recibir al general Jerónimo Domínguez, nuevo jefe de la fuerza aérea.
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En su momento, Feijóo se resistió a dar el paso hacia la presidencia del Partido Popular. Le costó decidirse a hacer el cambio de la política autonómica a la estatal, o de la política gallega a la madrileña, o del lacón con grelos a los callos con garbanzos, sabiendo que los garbanzos que se dan son radiactivos. Los obstáculos con los que ha topado su liderazgo (como jefe de filas del partido y como candidato a la Moncloa) hacen pensar que las reticencias de Feijóo eran razonables. Uno de esos obstáculos es la disputa de poder con Isabel Díaz Ayuso, ya convertida en figura rutilante de la nueva derecha extrema española cuando Feijóo asumió la presidencia del partido. De hecho, Ayuso acababa de derribar de esa misma poltrona a quien había sido su compañero y valedor en las Nuevas Generaciones del PP, Pablo Casado, ahora recordado casi solo por el PSOE. Lo único que puede decirse es que los temores que pudiera tener Feijóo respecto de Ayuso (y los recelos de los respectivos entornos) no solo tenían fundamento, sino que se quedaban cortos. Ayuso entró fuerte en política de la mano de Esperanza Aguirre (que también tuvo un largo enfrentamiento con Rajoy), y es obvio que no se limitó a llevar la cuenta del perrito de la entonces líder, Pecas. Ahora bien, la discípula ha superado de largo a la maestra en las artes del juego sucio.

Todo apunta a que Ayuso quiere ser presidenta del PP y candidata a presidenta del gobierno de España, pero también que no tiene prisa. Ella ha ganado siempre las elecciones a las que se ha presentado, y no querrá ser candidata para perder contra Pedro Sánchez: al fin y al cabo, ella ha hecho más que nadie para convertir a Sánchez en la gran bestia negra de la derecha española, el nombre que, con solo mencionarlo, hace perder los papeles a los cayetanos que salen a manifestarse por las calles de Madrid. Feijóo ya ha perdido una oportunidad de ser presidente del gobierno español, o sea que le queda, como mucho, otra. Es cierto que últimamente ha logrado presionar a Sánchez con los casos de corrupción, uno real (Ábalos) y uno inventado (Begoña Gómez). Pero la prensa de la derecha madrileña, y los jueces y fiscales de la misma cuerda, a cambio de allanarle el camino, exigen resultados. Y los resultados no solo no acaban de llegar. El único resultado cierto, de momento, es que PP y PSOE están atascados en una guerra de querellas y revelaciones contra el contrario. Mucho tiempo, dinero y esfuerzos dedicados solo a ventilar basura del otro.

El resultado no es solo el ensuciamiento de la política, sino una degradación institucional de tal calibre que incluso ver al fiscal general del estado imputado por el Supremo se ha convertido en parte del menú del día. Estirar tantísimo la cuerda, forzar las costuras de forma tan exagerada, tiene consecuencias paradójicas. Una es que Ayuso y Sánchez acaben formando una especie de pinza que perjudica a Feijóo. Otra es que la derecha ultranacionalista, que dice que quiere salvar a España, se encuentre con que le quede muy poca España por salvar, al menos en cuanto a su sistema institucional.

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