A medida que las extremas derechas se expanden electoralmente y ocupan (o es previsible que ocupen) espacios de poder, generan también adhesiones y simpatizantes. Es lógico y también podemos verlo reflejado en el espejo de la historia: hace cien años, los fascismos también pasaron de ser movimientos minoritarios y extremistas a ser aceptados, secundados y aplaudidos por sectores amplios de la población. Ahora sucede lo mismo. El caso más destacado de blanqueamiento de una figura ultraderechista lo ha representado en Europa, hasta ahora, la premier italiana Giorgia Meloni, racista, supremacista, aliada de gobierno con la Liga de Salvini y admiradora declarada de Mussolini, pero sin embargo aplaudida por Ursula von der Leyen y por la Comisión Europea como impulsora de una política de inmigración tan avanzada como cerrar a los inmigrantes en centros de detención en Albania. Meloni representa a la ultraderecha "razonable", con la que se supone que es posible trabajar y avanzar. Un flotador necesario para los poderes políticos, económicos y financieros más inmovilistas y para seguidores de MAGAs, MEGAs y derivados.
La expansión de las extremas derechas, ultraderechas, fascismos, neofascismos y opciones iliberales se comprueba en la cantidad de voces públicas que pasan de no hablar de ello a normalizarlas: "Al fin y al cabo, es lo que los ciudadanos votan", argumentan. En España se normalizó la presencia de Vox en el sistema político desde mucho antes de que tuviera representación parlamentaria, mientras partidos como Bildu, por ejemplo, deben seguir arrastrando etiquetas tan ligeras como terroristas o asesinos: dentro de una parte importante del imaginario político español, es "radical" todo aquel que se aleje de la visión de España, y del mundo, de la derecha ultranacionalista, que es la que marca, tan paradójicamente como se quiera, la centralidad.
En Cataluña, no son pocas las voces ni las tribunas que preparan la pista de aterrizaje para las sumas y geometrías variables que incluyan a Aliança Catalana, y que previsiblemente serán numerosas después de las próximas elecciones municipales y autonómicas. Estos días, la limpieza étnica perpetrada por Netanyahu y su gobierno de fanáticos religiosos y de extrema derecha hace visibles a los vasos comunicantes entre el sionismo (como proyecto supremacista de un estado exclusivo para los judíos), las extremas derechas xenófobas que fomentan el odio a los inmigrantes y los sectores nacionalistas. Afirman trabajar por la salvación de Cataluña, de la lengua catalana, de las tradiciones y, si conviene, de Occidente entero. Cuando se les critica insultan y difaman, y si actúan así en las redes sociales, escondidos en perfiles anónimos, significa que también saben echar la piedra y esconder la mano en otros ámbitos. Cuentan con adeptos que les lavan la cara a la opinión pública, incluidos algunos conocidos, saludados y examigos del gremio más o menos literario. Hace cuatro días solían decir (todavía algunos lo repiten) que lo de la extrema derecha no es más que un espantajo de la izquierda para ganar el voto del miedo.