Jordi Pujol en un mitin de Convergencia i Unió en 2014.
20/11/2025
Escriptor
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Quince años antes de la muerte de Franco, en 1960, Salvador Espriu publicó La piel de toro, un poema en el que el autor aparca las meditaciones sobre la muerte y el sarcasmo de Dios y propone una sobre la España y la Cataluña de la posguerra. Ha sido leído a menudo como una propuesta pragmática: dado que vencedores y vencidos a la fuerza tenían que convivir, lo mejor era apostar por una digna reconciliación. Como hace decir el propio Espriu al personaje del Altísimo, en Primera historia de Esther: "Otórguese sin desfallecimientos una limosna recíproca de perdón y tolerancia". Se trataba de mirar hacia adelante, aunque esto no quería decir en modo alguno rendirse al olvido y la desmemoria. En uno de los fragmentos de La piel de toro, el XLVI, el poeta lo dice así: "A veces es necesario y forzoso / que un hombre muera por un pueblo, / pero nunca debe morir todo un pueblo / por un hombre solo: / recuerda esto siempre, Sepharad". A Sepharad (el nombre sefardí con el que Espriu se refiere a España, pero no a la sanguinaria España franquista, sino a la truncada España republicana en la que él fue joven) le dirige un ruego: "Haz que sean seguros el puentes del diálogo / y trata de comprender y amar / las razones y las hablas varias de tus hijos". Una afirmación de la diversidad, diríamos ahora, que entronca con otro poema fundamental sobre la misma cuestión,Oda en España de Joan Maragall. Sólo así, concluye Espriu, será posible un futuro también digno: "Que la lluvia caiga poco a poco en los sembrados / y el aire pase como una tendida mano / suave y muy benigna sobre los anchos campos. / Que Sepharad viva eternamente / en el orden y en la paz, en el trabajo, / en la difícil".

La propuesta pragmática de reconciliación espriuana se refería también al conflicto entre Cataluña y España, ya esta idea se tomó el catalanismo durante la Transición y los primeros años de la democracia. O se cogió, al menos, el pujolismo: por eso Jordi Pujol escribió en el 2009 –cuando ejercía de analista político desde una autoridad que se vería demorada sin remedio en el verano de 2014, con la confesión de la deja del abuelo Florenci– que Espriu había . Era la forma que Pujol tenía de reconocer que había fracasado su propia apuesta por el encaje de Catalunya dentro de una España integradora y respetuosa con la diversidad cultural, lingüística y nacional: "Ya no tengo argumentos contra la independencia", afirmó en otra ocasión. Fue a partir de ese momento, y no antes, que empezaron a aparecer los paños sucios de la financiación de Convergència y del patrimonio de la familia Pujol: entre estos paños sucios, algunos verdaderos, otros falsos y otros que han llevado a un juicio al que Pujol llega con noventa y cinco años y un estado frágil. Es ocioso decir que Espriu fracasó, porque la poesía afortunadamente no puede leerse en términos de éxito o fracaso. Pero es obvio que "la limosna recíproca de perdón y tolerancia" está lejos de haberse otorgado. Y ese sí es el gran éxito póstumo de Franco.

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