El estrés de los aeropuertos

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Colas en las ventanas de facturación del aeropuerto de Barcelona.

Entre todos los afectados por la avería de Microsoft, lamentó especialmente a la pobre gente que ha tenido la mala suerte de tropezar en los aeropuertos. En las colas de facturación, las colas y los gritos de los vigilantes del control de seguridad, las colas para embarcar y la espera para recuperar la maleta (sin contar las colas del control de pasaportes o el generosísimo espacio entre asientos que las compañías nos tienen reservado en el avión), sólo faltaba añadir la cancelación del vuelo, la más que probable pérdida de una conexión y tener que recalcular todos los planos, cómodamente sentado en el suelo de la terminal y lo más cerca posible de un enchufe.

Los aeropuertos se han convertido en grandes centros comerciales bien surtidos y bien iluminados, pero más allá de las lentejuelas del duty free son el escenario de múltiples angustias preventivas y un espacio estresante. El pasajero, si quiere llegar a destino sin más problemas, está obligado a comportarse con la disciplina casi militar de un soldado y con la humildad de un fraile franciscano, actitudes que le ayudarán a desaparecer como persona ya dejarla reducirse a eslabón de un engranaje de slots, de fingers y de torres de control. La operativa de funcionamiento de los aeropuertos es de una complejidad y profesionalidad admirables, pero hemos llegado a un nivel de saturación que, aparte de ayudar a los pasajeros a superar el miedo a volar, podrían empezar a ofrecer cursos de relajación para ir a el aeropuerto y afrontar los muchos tropiezos que pueden interponerse entre los viajeros y la llegada feliz al destino.

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