

La evolución a corto plazo –¿un año?– de la relación transatlántica es incierta. Tanto si miramos desde Europa –hoy domingo veremos si las elecciones alemanas dan esperanza a la formación de un liderazgo europeo mínimamente fuerte– como si lo hacemos desde EEUU, que, pienso, será el factor más decisivo. En modo optimista, no excluyo que el trumpismo, americano o europeo, empiece a ser víctima de sus contradicciones.
Pero sea como sea, no hay marcha atrás. Pase lo que pase, Europa sabe ahora que el trumpismo es posible en EEUU, y eso tendrá un impacto permanente. Describo tres rasgos ya imaginables, pero no seguros, de una reacción europea.
1- Principios. La cara que Europa querrá mostrar al mundo será la que enfatiza los valores asociados con, por un lado, las políticas sociales del estado del bienestar y, por otro, los derechos humanos, las libertades y la democracia. Hay dictaduras que practican políticas sociales pero que no respetan derechos ni libertades. Y hay movimientos autoritarios, como el trumpismo, que no respetan la democracia (Trump sostiene que ganó las elecciones del 2020), pero que si por vías políticas y económicas pueden garantizarse una gran influencia sobre los medios, se jactan de respetar la libertad de expresión. Por eso Europa debe ser muy estricta en la identificación con todos los valores. Lo cual es compatible con poner al día las políticas sociales, pero quizá no lo sea con, por ejemplo, insistir en la ilegalización del "odio". Si a raíz de la visita de Abascal a Washington escribo "D. Abascal es un idiota útil de Trump", preferiría no poder ser perseguido judicialmente, si no hoy, mañana.
2- Entendimientos. En el complejo mundo de la geopolítica las sacudidas provocan alejamientos y aproximaciones. Pienso que es inevitable que el alejamiento entre EEUU y Europa inducido por Trump abra un período de aproximación entre Europa y China. Las razones de orden económico están –a cada uno interesa el mercado del otro–, pero también las políticas. Trump está interesado en separar a Rusia de China para debilitar a China. Europa está interesada en separar a China de Rusia para debilitar a Rusia. El impacto sobre las relaciones UE-EE.UU. dependerá mucho del éxito relativo de ambas operaciones. Seguramente la segunda puede conseguir, al menos, la moderación china en el tema de Ucrania. La primera creo que podría acabar en nada: Trump puede exigir demasiado.
3- Seguridad. Hablemos claro: Europa debe armarse. Si, como parece, la bienvenida paz que viene es de hecho una victoria rusa, puede que haya una pausa, pero no hay razón para pensar que Putin no intentará explotar la vulnerabilidad manifiesta de quienes habrán sido incapaces de defender a Ucrania. Sus ambiciones no se acaban en Ucrania, sobre todo porque, si Europa no aumenta su capacidad militar defensiva, es probable que para obtener resultados le baste con amenazar. Plantearse la igualdad militar con Rusia no es belicismo. Es cierto –si nos olvidamos de terceros– que si tanto Europa como Rusia están armados a un nivel equilibrado de 100, ambas preferirían ahorrar y situarse a un nivel común de 50. Pero de ahí no se sigue que si Rusia está a 100 y Europa a 50, Rusia tenga un incentivo para reducir gasto militar. En todo caso lo haría después de imponerse contra una Europa militarmente débil. Conclusión: primero la paridad militar, después negociaciones de desarme.
Ahora bien, si Europa gasta más en defensa no debería hacerlo comprando equipamiento americano. Seguiríamos dependientes. La tecnología y la fabricación deberían ser europeas. Intuyo que esta opción gozaría de más apoyo ciudadano que la alternativa de comprar en EE.UU. Pero la presión americana será enorme y no todos podrán resistirla inicialmente.
Concluyo con dos hechos sobre el gasto adicional que, por gestionar y regular, es mejor no ignorar. Lo primero es que –por más que una parte de este gasto será inherentemente dual (ciberseguridad, investigación tecnológica...)– entrará en conflicto con la capacidad de atender nuevas necesidades en los pilares del estado del bienestar –para España, en ambos casos, hablemos de puntos del PIB–. El segundo es que va a impulsar nuestro propio complejo industrial –militar, que será también territorial, porque lo más probable es que, precisamente para garantizarle el apoyo, la fabricación esté dispersa por Europa.
Sin duda, sería mejor que Rusia fuera un estado democrático europeo más. Pero no lo es. Mientras, ¿qué debemos hacer? ¿Esperar durmiendo que la capital de Europa sea Vichy?