El presidente de Reagrupament Nacional, Jordan Bardellan, y eurodiputado de Patriotes por Europa.
18/11/2025
3 min

Por primera vez, una nueva mayoría de derechas se está consolidando en la Eurocámara, con el flirteo del Partido Popular Europeo (PPE) con los grupos de extrema derecha. La semana pasada los conservadores lograron aprobar el paquete de medidas propuestas por la Comisión Europea para simplificar la carga regulatoria con el apoyo de las familias más a la derecha del hemiciclo, y a cambio de recortar las normas que exigen responsabilidad corporativa de las grandes empresas en materia de medio ambiente y derechos humanos.

No es la primera vez que pasa. Hace un año, poco después de estrenar una legislatura que ha reforzado, aún más, a los escaños de las tres familias ultras que se sientan en el Parlamento Europeo, el PPE ya se alió con los Conservadores y Reformistas –la familia de la primera ministra italiana, Giorgia Meloni– y el grupo de los Patriotas –que abanderan el húngaro Viktor Orbán y los de Marine Le Pen– para aprobar una resolución no vinculante de apoyo al líder opositor venezolano Edmundo González. Esa nueva mayoría alternativa fue la primera materialización del juego de equilibrios que se ha abierto en la política europea. Una estrategia que, durante mucho tiempo, había dividido internamente a los conservadores y que ahora se va aclarando. La llave la tienen los democristianos alemanes, que lideran el PPE y la estrategia de acercamiento a la derecha radical.

Una vez más, la CDU alemana juega a dos bandas. Mientras el canciller Friedrich Merz defiende aislar a una Alternativa para Alemania (AfD) que le está comiendo el espacio político, su compañero bávaro en el Parlamento Europeo, el socialcristiano Manfred Weber, acabó imponiendo su tesis de las "geometrías variables". La AfD es ya la segunda fuerza en el Bundestag y algunas encuestas le otorgan el liderazgo en intención de voto. Mientras los servicios de inteligencia alemanes documentan la radicalización del partido que lidera, el apoyo electoral de Alice Weidel no ha parado de crecer. El debate sobre mantener o no el "cortafuegos" –como se conoce en Alemania la estrategia de "cordón sanitario" que durante décadas había frenado las coaliciones con la extrema derecha– divide a una democracia cristiana debilitada.

El próximo año hay elecciones regionales programadas en los lands de Baden-Württemberg, Renania-Palatinado, Sajonia-Anhalt, Meklemburgo y Berlín. En todas ellas se prevé que la AfD obtendrá resultados de dos dígitos. De hecho, en los dos estados orientales de Sajonia y Meklemburgo la ultraderecha roza la mayoría absoluta en las proyecciones de voto. En esta Alemania con un centro político menguante, el país revive la nostalgia por una Angela Merkel, de tour con sus recién publicadas memorias, que lo reconecta con el tono moderado, la racionalidad, la confianza y una especie de certeza que acompaña a la figura de la antigua cancillera. Aunque en la revisión de sus políticas –también en relación a Rusia y China– hay unas cuantas sombras y ninguna autocrítica, la presencia pública de Merkel acentúa la sensación de vacío en esta Unión Europea huérfana de liderazgos creíbles y agrava también las divisiones internas en la CDU.

La Unión Europea se ha quedado sin cortafuegos. El centroderecha se ha visto superado por la extrema derecha en Alemania, Francia, Italia, Bélgica y Reino Unido. El juego parlamentario en la Eurocámara es una consecuencia más del impulso político de unas fuerzas que han logrado ser imprescindibles para la gobernanza de diecinueve de los veintisiete países de la Unión Europea. La homologación de las cada vez más heterogéneas fuerzas de derecha radical europeas se ha solidificado, sobre todo, en los estados miembros, y su influencia es claramente visible en el Consejo de la UE. Cuando los jefes de estado y gobierno de la Unión se reúnen no hay ningún cordón sanitario ni cortafuegos. Las grandes decisiones políticas se toman por unanimidad y la fuerza de estas nuevas mayorías lleva tiempo transformando la agenda comunitaria. Solo en el 2000, cuando se negoció el gobierno de coalición entre la extrema derecha austríaca y la democracia cristiana de Wolfgang Schüssel, los 14 países que entonces formaban la UE decidieron aislar diplomáticamente, y de forma temporal durante seis meses, al nuevo ejecutivo austríaco. Ha sido la única vez –la primera y última– que se tomaron medidas simbólicas. Después han venido varias coaliciones y gobiernos liderados por la extrema derecha en Europa que los socios comunitarios han ido recibiendo como parte de una normalidad anómala. La llamada "opción nuclear" –que contempla la suspensión de ciertos derechos de pertenencia a la Unión, como la suspensión del derecho a voto, en caso de violación grave y persistente de los valores fundamentales– ha quedado inutilizada porque requiere una votación unánime de todos los demás estados miembros y, con las mayorías actuales, es impensable.

El único instrumento para poner límites a la arrolladora ola radical es la voluntad política, y esta va de baja desde hace tiempo, víctima del miedo electoral y la necesidad aritmética.

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