Europa en el cruce, Cataluña también

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Ursula von der Leyen, Xi Jinping y Emmanuel Macron en París.

Las elecciones europeas tienen una curiosa mecánica electoral. Cada estado tiene una circunscripción electoral única, sea Alemania o Malta. Enfatiza que se trata de una unión de estados. Los acuerdos de los tratados han fijado un premio electoral importante para los países pequeños, por lo que ninguno tiene menos de seis escaños, como Luxemburgo y Malta. Los niveles de participación son bastante desiguales y pueden depender de si se realizan otras elecciones simultáneamente, pero sobre todo dependen del grado de implicación europeísta de cada sociedad nacional. En los estados grandes, como el español, los sesenta y un escaños asignados permiten que el voto sea muy proporcional y que la barrera para las nuevas candidaturas sea muy baja, lo que permite sorpresas. Todas estas circunstancias hacen que el grado de movilización o desmovilización de grupos de población pueda resultar decisivo en el resultado electoral. El votante moderado tiende a movilizarse menos que el votante radical, lo que da más voz a posiciones extremas. Los países de baja participación y de gran población pueden originar logros espectaculares de opciones minoritarias. Todo ello hace que las elecciones al Parlamento Europeo, aunque muy importantes, sean bastante imprevisibles. De esto se deriva actualmente la alta probabilidad de una fuerte movilización del voto más nacionalista, de extrema derecha, enfadado con todo. Este voto está presente en muchos países y sabe que en las elecciones europeas luce más. La unión de todos los partidarios de reducir los poderes de la Unión y de la Comisión y de devolverlos a sus estados nunca había sido tan fuerte como ahora.

¿Queremos más o menos unión? No nos engañemos: las mayorías quieren los beneficios de mayor unión pero sin los costes que esto representa. Cuando los costes son más visibles, votan menos unión. Es donde estamos ahora. El problema es que la UE y la Comisión tienen cada vez más competencias y las políticas que deciden pesan en la vida de cada estado miembro, para bien y para mal. Como país pequeño, en Cataluña acostumbramos a ver con buenos ojos las cesiones de soberanía a la Unión Europea, por europeísmo y porque creemos que debilitan la arrogancia y hostilidad del estado español. Sin embargo, los estados se han apresurado a recuperar, de los niveles de gobierno subestatales, el poder que pierden cuando ceden soberanía a la Unión. Este fenómeno ha sido muy visible con la Unión Económica y Monetaria y la creación del euro y del Banco Central Europeo –una enorme cesión de soberanía–. Madrid, pero también París y Roma, han estado muy activas recuperando poder para los estados y capitales. Las ganancias de la cesión de soberanía pueden haber sido enormes para la ciudadanía, pero quienes se moviliza en contra son los que se sienten perdedores. Y los estados lo aprovechan para recentralizar.

Los pasos adelante en la integración europea son hijos de emergencias, de grandes crisis, como lo han sido la pandemia y antes la crisis de la deuda soberana. Ahora nos encontramos inmersos en otra mayor crisis: la invasión rusa de Ucrania, que amenaza militarmente a toda Europa. Y en otra: el extraordinario dinamismo tecnológico y empresarial estadounidense. Y otra: el expansionismo empresarial y político chino. Entre todos estos expansionismos, la UE se está quedando enchiquida y desorientada. La reacción de cierre dentro de cada estado es muy miope, mientras que hacer frente a los desafíos exige coraje y renuncias. Desde Cataluña es mejor que tengamos la representación más amplia posible. Por pequeña que sea en un Parlamento de 705 diputados, será indispensable para estar presentes en las decisiones. La aceleración histórica en la que estamos viviendo nos obligará a tomar decisiones colectivas trascendentales y mejor tener voz, tener oídos y tener voto. Estos días se ha repetido mucho, y es cierto: cada vez más políticas son comunitarias, desde las agrícolas y ganaderas hasta las de sostenibilidad medioambiental, desde las empresariales y fiscales hasta las industriales y tecnológicas, desde las de regulación de los mercados hasta las de despliegue de políticas de investigación o las de equilibrio territorial, desde las de gasto público hasta las de endeudamiento colectivo. Y ahora, ya se ve, desde las militares y de defensa a las de inmigración y control de fronteras. Lo que queda en manos estrictamente estatales es cada vez menos, aunque sea a menudo el más visible.

En estas circunstancias es necesario ir a votar. No hacerlo es esconder la cabeza debajo del ala, o sea, una verdadera imprudencia. Esto no quiere decir que acertamos nuestro voto, pero sí que es necesario para poder pedir responsabilidad y responsabilidades a los representantes electos. No quisiéramos que se tomaran decisiones cruciales para nuestras vidas y las de los seres queridos sin poder tener voz ni voto. Estas elecciones europeas son de este tipo: muy importantes porque pueden cambiar nuestros destinos individuales y colectivos. Invito a todos los lectores a ejercer su pequeño espacio de poder.

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