Europa, escenario de una nueva era bélica

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Joe Biden, Jens Stoltenberg y pedro Sánchez a la cumbre de la OTAN en Madrid

La OTAN ha dado en Madrid el pistoletazo de salida a una nueva era global marcada por el rearme y la confrontación. El lenguaje bélico vuelve a adueñarse de la escena internacional, con Europa como principal escenario del conflicto. El siglo XXI empieza a recordar, pues, el siglo XX. La guerra de Ucrania ha alterado todos los equilibrios geopolíticos. La Alianza Atlántica, clave durante la Guerra Fría, ha fijado en su cumbre española la Rusia de Putin como "la amenaza más significativa y directa" y, a su lado, ha situado como segunda preocupación para la seguridad global una China autoritaria que aspira a situarse pronto como primera potencia económica mundial.

La OTAN, pues, con unos enemigos oficiales perfectamente identificados, ha exhibido una unidad y una determinación que hasta hace cuatro días parecían imposibles. Con Japón como país invitado, con la perspectiva de la próxima incorporación de los nórdicos Suecia y Finlandia, y con una Turquía que ha desvanecido las dudas, la Alianza se refuerza y lanza un mensaje de fortaleza que incluye el aumento del gasto militar de sus 30 socios hasta el 2% del PIB antes del 2024; también esto formaba parte hasta ahora más del terreno de los deseos que de la realidad. Esta vez, en cambio, los estados miembro no parecen tener dudas.

Así pues, si una cosa ha conseguido la guerra de Putin en Ucrania es fortalecer militarmente Occidente. En la última cumbre de la OTAN, la del 2010 en Lisboa, Rusia asistió como "socio estratégico". Ahora Moscú se ha convertido en el enemigo estratégico que de golpe ha cohesionado la Alianza. Europa ya no titubea. Ha sido especialmente clave el cambio que se ha producido con Alemania, que ha girado como un calcetín su histórica inhibición en cuestiones militares. Y lo mismo se puede decir de los países nórdicos de tradición pacifista. El miedo al expansionismo ruso y a la retórica agresiva de Putin no son ni mucho menos infundadas. Los líderes de las democracias liberales tienen claro que no se puede dejar solo a Zelenski y el pueblo ucraniano ante la agresión rusa. A diferencia de lo que pasó con la anexión de Crimea el 2014, a Putin ahora se le están parando los pies.

Dicho y aceptado esto, el resultado de todo es, aun así, un mundo más inseguro e inestable. A pesar de que la guerra se esté entregando con métodos convencionales, la amenaza nuclear coge de nuevo un preocupante protagonismo: solo hay que mencionar como la cumbre de Viena de la semana pasada para el desarme nuclear ha pasado sin pena ni gloria. Y de rebote, la lucha contra la otra gran amenaza global, la climática, queda seriamente tocada porque la gobernanza multilateral que exige la descarbonización es hoy, de golpe, mucho más difícil, y porque la crisis energética ha cambiado todos los planes. Por no hablar de las consecuencias económicas del nuevo escenario al cual la OTAN ha dado carta de realidad: será muy difícil evitar que el incremento del gasto militar vaya en detrimento de la inversión y las ayudas que tenían que servir para salir de la crisis pandémica con un nuevo modelo económico verde y social. El mundo vuelve a hablar el lenguaje de la fuerza. Y esto, a la fuerza, tendrá consecuencias en todos los campos.

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