Évole, Redondo y el autobombo

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En la promoción de Lo de Évole en la que aparecía Pablo Iglesias y se anunciaba la entrevista a Iván Redondo, Jordi Évole vendía al invitado como un personaje que conocía las interioridades del gobierno y que después de salir tenía “ganas de rajar, de tirar de la manta”. Después, en las múltiples entrevistas para promocionar la entrevista, Évole nos comunicaba que “es una conversación que nos permite descubrir lo que se mueve en la sala de máquinas del poder” y que “hay silencios que hablan”. A la hora de la verdad, en la entrevista, silencios más bien pocos. Eso sí, fue el festival de la evasiva y las respuestas abstractas. Que si la metáfora fanfarrona de la dama y el peón con el ajedrez, que si los tiempos líquidos de Bauman, que si la muerte de “mi perrillo Currillo”, las fantasmadas de niñez sobre gobernar para los débiles, o el eslogan vacío de “Saber ganar, saber perder, saber parar”, entre otras frases efectistas. Iván Redondo, que hasta ahora tenía una aura mágica de sapiencia, dio la imagen de un charlatán de la política y un trilero de los subterfugios.

A Évole el invitado se le escapó. “Joder, Iván...”, ya le decía al poco de empezar. Prometía al inicio del programa que la entrevista sería “una ocasión de la hostia para conocer a un tipo que ha manejado los hilos”, y que era una entrevista “que interesa muchísimo a periodistas y políticos”, pero te arrastraba al aburrimiento.

Más allá de la entrevista entre Évole y Redondo, con un fondo anguloso y negro para potenciar la parte siniestra de la trastienda del poder, fuimos testigos de un teatrillo de redactores para preparar el guion y lo que parecía una preentrevista con Redondo para intuir las líneas de trabajo. Mucho exhibir la preparatoria para, al final, no atar cabos de nada. Ni sobre la relación que mantiene con Pedro Sánchez, ni sobre los detalles de la moción de censura a Rajoy, ni sobre la marcha del rey emérito a Abu Dhabi, ni sobre la gestión del gobierno de la subida del precio de la electricidad. Redondo se desentendió de la campaña electoral de Madrid, negó saber nada de la moción de censura de Murcia y nos vendió humo sobre el volátil encuentro Biden-Sánchez. Los espectadores no aclaramos si Redondo se marchó del gobierno o lo echaron. Tampoco si él quería ser ministro o rechazó la cartera que le ofrecieron. El exasesor fue más claro, concreto y rotundo haciendo vaticinios de futuro que a la hora de hablar del pasado. 

Como contrapartida, el programa se reservó para el final la estocada a Redondo de recordarle el vídeo de campaña a García Albiol sobre "Limpiar Badalona". Así dejaban al espectador con la sensación de que el programa había sido contundente en algún aspecto. Un chispazo final. Lo que sí quedó muy clarito fue el anuncio del fichaje por La Vanguardia.

Lo de Redondo fue el resultado de un ejercicio construido por dos grandes audaces a la hora de venderse a ellos mismos. Tanto autobombo por los dos lados, sin embargo, acabó provocando una sensación final entre la decepción y la indiferencia.

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