La expulsión del comercio tradicional del centro de Barcelona

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Imatge reciente de la calle Condal de Barcelona con establecimientos orientados al turismo

El debate sobre el modelo turístico de Barcelona, o quizás más bien sobre la saturación turística de la capital, se centra especialmente en el alojamiento, por la legalidad o ilegalidad del parque de pisos turísticos, y el efecto que tiene en los precios, en la crisis de la vivienda y en la expulsión de vecinos, y por la proliferación de establecimientos hoteleros. También menudea el argumento de la contaminación por el aumento de los cruceros. Hay, sin embargo, otra herida que contribuye decisivamente a la imagen de Barcelona como parque temático de un determinado turismo y es la lenta desaparición de todo tipo de tejido comercial normal no orientado al turismo, sino a los vecinos.

La caída de la Rambla en esta telaraña ya hace años que genera páginas y horas de debate. Poco a poco la mancha se ha ido extendiendo y ahora incluso las zonas irreducibles han tenido que ceder. Es el caso, como explicamos hoy, de la calle Comtal, que resistió el boom turístico de 1992 y mantenía levantada la bandera del comercio tradicional. En los últimos tres años la lenta agonía se ha convertido en un esprint. El aumento desorbitado de los alquileres (exigencias de renovación a tres veces el precio precedente) ha hecho bajar la persiana a la mayoría de las tiendas, que son sustituidas por establecimientos el objeto de los cuales no es en ningún caso el vecindario. 

Porque no es solo la evidencia grosera del souvenir. El Ayuntamiento ha tratado de contener la sangría con moratorias e incluso limitaciones definitivas de estas licencias o con el endurecimiento de otras. Un caso paradigmático son las pretendidas panaderías que acaban siendo take aways turísticos. En 2018 se estableció que sin obrador ya no se abriría ninguna; pues bien, se abren con obrador, igualmente destinadas al turismo, como establecimientos de restauración encubiertos.

Hay que añadir las oficinas de cambio y los supermercados con precios y productos de turista, y acabamos obteniendo una fotografía desoladora: sin tejido comercial, los barrios del centro de Barcelona pierden habitabilidad y empujan algo más a los vecinos a pensar en dejar de serlo.

En principio, en medio año el Ayuntamiento tendrá terminados los cambios en el plan de usos y podrá fijar nuevas condiciones en las licencias. Pero será, como se ha ido haciendo con la problemática derivada del turismo, tratar de curar una herida. Y cuando se llevan tantas, cuando se han puesto tantos esparadrapos o tiritas, quizás habría que atacar de manera global y con perspectiva la situación. Y entonces habrá que marcar las prioridades y saber si el objetivo será pasar el turismo por la criba, reducir la cantidad y atraer a un visitante de más poder adquisitivo –un concepto muy presente en el debate actualmente– o bien conseguir que el centro de Barcelona vuelva a ser un espacio de donde los vecinos y el comercio tradicional que les da servicio no se sientan expulsados. ¿Pueden llegar a ser objetivos complementarios? ¿Estamos a tiempo de evitar que el centro histórico de Barcelona se convierta de manera irreversible en un parque temático? Ahora el turismo está volviendo en masa. Cuando los bolsillos vuelvan a estar llenos, ¿se podrán plantear estas preguntas?

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