Decía Marx, el bueno de Groucho, que no era la política la que hacía extraños compañeros de cama sino el matrimonio. Como siempre, tenía razón, pero este no es el tema de hoy. El tema es la compleja política de alianzas que tensiona la política española y las no menos estrambóticas alianzas que se pueden dibujar en Catalunya en las próximas semanas y sus peligrosas consecuencias. ¿Qué socios formarán el gobierno de Catalunya en un momento de aturdimiento por la peor crisis económica, todavía en pandemia después de un año de desgaste de una ciudadanía que da síntomas de agotamiento, con presos políticos y con la juventud sentada sobre un polvorín?
La barba del vecino
En España, los agónicos resultados de la repetición electoral hicieron olvidar a Pedro Sánchez sus problemas de insomnio cuando pensaba en Pablo Iglesias, pero la voluntad de entendimiento no es suficiente y hoy el desgaste del gobierno de coalición está llegando a cotas insostenibles a medio plazo.
Cada día queda en evidencia que la coalición se construyó sin un programa de gobierno coherente, y que Unidas Podemos intenta sobrevivir al abrazo del oso consciente, en palabras de Iglesias al ARA , que “no es lo mismo gobernar que estar en el gobierno”. La deslealtad pública es mutua, porque si bien el PSOE y UP son aceite y agua en temas económicos y de seguridad, tampoco consiguen avanzar claramente en temas de derechos civiles, ni en el pleito catalán. En estas circunstancias de bloqueo, la factura electoral a UP en las elecciones gallegas, vascas y catalanas parece que haya hecho llegar Pablo Iglesias a la conclusión que o bien marca perfil y tensa la cuerda para conseguir resultados de gestión, o quedará neutralizado electoralmente.
El problema real no es la excitación que provocan sus palabras sobre la imperfección de la democracia en la caverna mediática y entre los socios socialistas; la cuestión de fondo es que no hay negociación previa entre los dos socios para llevar las propuestas de ley al Congreso pactadas, sino que se filtran antes a la prensa para marcar perfil y después se acusan mutuamente de desleales en temas clave como las leyes sobre igualdad, la ley trans o la ley de la vivienda. La coalición se convierte así en una poco productiva competición permanente.
Oportunismos
En Catalunya los resultados electorales han vuelto a poner a ERC y JxCat ante el escollo de llegar a un acuerdo para gobernar el país. De entrada los republicanos se han aproximado a la CUP para enfriar las exigencias de JxCat, los socios hoy inevitables con los que se han dedicado a torturarse mutuamente durante la legislatura. La coincidencia del inicio de la negociación para formar gobierno con los disturbios en varias ciudades catalanas por el encarcelamiento de Hasél ha dejado en evidencia que vamos directos a una nueva legislatura perdida si no se aparta a los oportunistas.
Gobernar la hacienda pública, luchar por las oportunidades de crecimiento económico y garantizar la seguridad de los ciudadanos no es un juego de frivolidades ni de competiciones narcisistas. Para ser concreta: es deseable y se puede mejorar el modelo de orden público, es recomendable prohibir la utilización de las balas de foam y las investigaciones internas tienen que ser transparentes y tener consecuencias, pero no se puede hacer desde la dirección política una enmienda a la totalidad del trabajo de la policía. Ningún país real y, por lo tanto, complejo se ha podido permitir nunca prescindir de una policía que garantice derechos y deberes a los ciudadanos que aspiran a vivir en pacífica comunidad.
Pere Aragonès tiene la oportunidad de presidir la Generalitat, pero ERC tendrá que decidir qué precio está dispuesta a pagar y a qué plazo. Decidir si gobierna con responsabilidad y con la proa puesta en la reconstrucción económica cuando se tiene que luchar por los fondos europeos que pueden cambiar el país en términos de sostenibilidad, digitalización e igualdad, o quedar atrapada en la mirada de reojo y retroalimentar las competiciones de pureza ideológica en Twitter o los concursos de popularidad.
JxCat, a través de su secretario general, Jordi Sànchez, ha ofrecido “lealtad absoluta a los acuerdos que se construyan”. Es el momento que se sienten unos y otros a negociar con el respeto que merecen los ciudadanos y el realismo que merece un análisis sosegado de los últimos años de gobierno.
Catalunya ha votado mayoritariamente a la centroizquierda en cuanto a la ideología y ha premiado las posiciones dispuestas al diálogo en el ámbito nacional. El rumbo está marcado por las urnas y el país no se puede permitir, si no quiere perder el tren de la recuperación económica, quedar atrapado en un gobierno que repita las deslealtades, el vacío de poder, la carencia de objetivos compartidos, el ventajismo y la frivolidad de muchos momentos de la anterior legislatura.