De acuerdo con los datos de la Encuesta de Usos Lingüísticos de la Población, en Catalunya la proporción de personas que tienen el catalán como lengua habitual no se mueve del 36 por ciento desde hace 10 años. En vez de celebrar esta estabilidad, algunos observadores prefieren destacar que este porcentaje se acerca al umbral del 30 por ciento que presuntamente separa la supervivencia de las lenguas de su desaparición.
Ciertamente, desde hace un tiempo se ha esparcido la teoría de que “según la sociolingüística, una lengua corre peligro cuando en una comunidad la utilizan menos del 30% de sus miembros”. Sin ir mucho más lejos, estas son las palabras exactas que usó este mismo diario en el editorial que servía de pórtico al dossier sobre la lengua y los jóvenes publicado el pasado 24 de enero. En este como en otros casos, “la sociolingüística” no se puede quedar de brazos cruzados cuando se utiliza su nombre en vano. El enunciado del 30% responde a un malentendido que es urgente deshacer, pero una vez deshecho nos podemos preguntar igualmente qué posibilidades hay de elevarnos mucho más por encima del porcentaje actual.
El año 2003 la Unesco desarrolló un marco para el estudio de la vitalidad y el peligro de desaparición de las lenguas (Language Vitality and Endangerment), que utiliza nueve criterios o factores. El factor 3 de la Unesco es la proporción de hablantes respecto a la “población de referencia total”. Una lengua “no corre peligro” cuando la habla casi todo el mundo (más del 90 por ciento); es “vulnerable” si lo hace la gran mayoría (entre el 70 y el 90 por ciento); se encuentra “claramente en peligro” si se trata de una mayoría (entre el 50 y el 70 por ciento); “seriamente en peligro” si es una minoría (entre el 30 y el 50 por ciento), y “en situación crítica” si los hablantes habituales son muy pocas personas (menos del 30 por ciento). Para entender bien esta gradación es crucial aclarar cuál es la “población de referencia”. Pues bien, la Unesco no se ha cansado de repetir que la población de referencia no es la población total del país o región donde se habla la lengua sino la población total del grupo “etnolingüístico” correspondiente. En el caso del catalán (en Catalunya), la población de referencia no son los 7 millones largos de catalanes sino los 2 millones de personas que tienen el catalán como lengua inicial (lo que antes se llamaba “lengua materna”).
Según los datos del EULP, en Catalunya el porcentaje de personas de lengua inicial catalana que declaran tener el catalán como lengua habitual está estabilizado en el 90 por ciento, y si sumamos los catalanoparlantes iniciales que declaran tener el catalán y el castellano como lenguas habituales alcanzamos el 95 por ciento. En otras palabras, que el catalán (en Catalunya) no corre el supuesto peligro que divisan los seguidores de la teoría del 30 por ciento.
Aclarado el malentendido, no se puede discutir que las perspectivas de futuro del catalán en Catalunya serían infinitamente mejores si en vez del 95 por ciento del grupo etnolingüístico correspondiente lo tuviera como lengua habitual el 95 por ciento de toda la población de Catalunya. Este es un objetivo que quizás soñaron determinados activistas del pasado lejano y que todavía hoy sueñan los activistas que aspiran a hacer del catalán una lengua nacional, equiparable a las lenguas nacionales de los otros estados europeos, que ocupe la posición que tiene el francés en París, el italiano en Roma o el castellano en Madrid. Aquí el verbo soñar es el más adecuado, porque este objetivo -aparte de otros posibles inconvenientes- sencillamente no es realista. En toda Europa no hay ningún territorio donde una lengua haya pasado del 36 por ciento de hablantes habituales al 95 por ciento, si excluimos, está claro, los casos donde se han aplicado técnicas para decirlo así no permisibles en una democracia liberal. Nuestros primeros normalizadores eran muy conscientes de ello y por eso el eslogan que eligieron fue “El catalán, cosa de todos” y no “El catalán, lengua (habitual) de todo el mundo”. Y en este sentido se tiene que decir que el éxito de las políticas de normalización ha sido rotundo. A la hora de hacer balances de situación, quizás hay que poner más el foco en los centenares de miles de catalanes que tienen el catalán como lengua “no habitual”, para los cuales el catalán también es cosa suya aunque no sea la lengua que usan más a menudo. Estos usuarios ocasionales, que tantas lenguas regionales o minoritarias de Europa ya querrían tener, son el seguro de vida que tiene el catalán una vez descartados los sueños de imposible realización.