1. La justicia ha cerrado, en falso, el caso Pelicot. La sentencia por los hechos que se produjeron en Mazán durante una década, y que sacudieron las conciencias del Primer Mundo, dejó un regusto amargo. El Tribunal de Aviñón ha condenado a Dominique Pelicot a 20 años de cárcel por drogar y violar a su mujer. El hombre, de 72 años, un fontanero jubilado, escuchó el castigo sin mover ni una pestaña, apeado sobre su bastón negro. El castigo es la máxima pena que puede ponerse en Francia, pero parece muy mínima para el sentido común. Los agravantes del modus operandi lo hacen mucho más que una violación continua. El marido, que parecía ejemplar hasta que se descubrió todo por la casualidad que le pillaron filmando bajo las faldas de las mujeres en un supermercado, ofrecía el cuerpo de su mujer, dormida por sumisión química, para que otros hombres la violaran. Él lo gestionaba por internet, lo miraba y grababa. Las pruebas, las filmaciones de 92 violaciones halladas en el ordenador del criminal en la carpeta Abusos, han condenado cincuenta hombres más que habían violado Gisèle Pelicot en estas condiciones. Todos ellos han sido declarados culpables. Las condenas para todos ellos, que van de tres a quince años de cárcel, son muy poca pena para tanta maldad.
2. Los peritos psiquiátricos que han intervenido en el juicio aseguran no haber visto nunca un caso como el Dominique Pelicot. Todas las metáforas utilizadas –"el hombre de ambas caras", "un cerebro con dos discos duros"– parecen un intento de literaturizar los delitos de un hombre. Todas las explicaciones de su defensa –una presunta violación sufrida a los nueve años le provocó un trastorno emocional– suenan a justificaciones que el Tribunal no ha tenido en cuenta. Todas las etiquetas que se le han puesto –narcisista frágil, egomaníaco, voyeurista patológico– no explican la crueldad con la que actuó ese padre de familia. El título que quedará en la entrada de la Wikipedia –"el monstruo de Mazán"– se queda muy corto. Pero más allá de Dominique, que dice que "morirá como un perro" en prisión, ¿cuál fue la motivación de los otros cincuenta violadores?
3. He leído y releído lo que dicen los psiquiatras y los psicólogos que han intervenido en el juicio. Nada responde a las preguntas que hacen estremecer desde que el caso se hizo público. ¿Cuál es el placer que un hombre puede encontrar en penetrar a una persona inconsciente? ¿Cuál es el gusto que puede encontrarse a violar un cuerpo inerte? Algunos de los acusados, tras visionar las imágenes, dijeron "es mi cuerpo, pero no mi cerebro", o "mi cerebro se desconecta y pierdo la razón". Violadores que no explican su pulsión irrefrenable. Otros argumentaron que era una "violación involuntaria", porque creían que participaban en una suerte de juego familiar en la que Dominique se excitaba viendo esa escena. Sigo sin entenderlo y la indignación crece exponencialmente. El marido era un criminal, sí, de vez en cuando hay uno en la sociedad. Y, en el mundo, sabemos que existe algún violador cada tantos kilómetros cuadrados. Pero cincuenta hombres, en Mazán, una población de cinco mil personas, violando a una mujer sedada químicamente, es lo que convierte a la humanidad en una barbarie que va más allá de lo imaginable. Miremos la edad y las profesiones de los violadores. Entre los cincuenta condenados se encuentran desde chicos de veintiséis años hasta pensionistas mayores que la víctima. Hay enfermeros, periodistas, ingenieros, jardineros, funcionarios de prisiones, un bombero, un concejal municipal... Sobre este caleidoscopio social tan variado se ha hecho el retrato robot de Monsieur Tout le Monde. Un señor cualquiera, sí. Éste es el mal. Gracias a la dignidad de Gisèle Pelicot, en la vida y en este juicio, "la vergüenza ha cambiado de bando". La cultura de la violación, tan arraigada, todavía no.