País complejo y fascinante que solemos despachar con cuatro tópicos desganados, Galicia se encuentra en campaña por unas elecciones que pueden ser determinantes, tanto por la posibilidad de un cambio en la gobernanza de las instituciones gallegas como por las repercusiones en la política española. Los gallegos tienen la oportunidad de aparcar al caciquismo, que no es poco. Y el PP se juega algo más que un gobierno autonómico: después de haber conquistado Andalucía, y de haber recuperado (de la mano de Vox) a la Comunidad Valenciana y Baleares, perder Galicia sería para el PP una vez que mermaría en serio las fuerzas que puede oponer al pérfido sanchismo, y que sobre todo dejaría aún más tocado el liderazgo de Feijóo. El actual gallego (lo han precedido, en épocas distintas, Rajoy, Fraga o Franco) al frente de la derecha nacionalista española gesticula y sobreactúa con la excusa de la ley de amnistía, pero se sostiene con pinzas en la presidencia del PP después de haber visto cómo la Moncloa le huía de la punta de los dedos, en beneficio del literalmente odiado Pedro Sánchez.
De hecho, buena parte de los insultos y mentiras que en los últimos tiempos hemos escuchado de boca de Feijóo, relativos a la ficticia vinculación entre el independentismo catalán y el terrorismo (al que se apuntaría también el PSOE, y todo porque el mencionado Sánchez pueda viajar en Falcon: éste es el nivel), son algo más fuertes de lo habitual por una triple necesidad: tratar de hacer olvidar el fracaso en las elecciones generales del 23 de julio (inesperado, más que más después del éxito, igualmente sobrevenido, a las autonómicas y municipales); intentar expeler algo de humo sobre los pactos con Vox, vendiendo la idea de que los pactos con independentistas catalanes son mucho más nocivos y antidemocráticos; y —last but not least— remar por la revalidación del único resultado que les vale peperos, y que no es otro que la mayoría absoluta. Como en todas partes, podría añadirse, pero en Galicia con una particularidad, y es que el PP no puede contar allí con la muleta de Vox, porque este partido apenas tiene presencia allí, y todo indica que seguirá siendo extraparlamentario. En Galicia, todo el voto de la derecha nacionalista, desde la tradicional hasta los neofascistas de nuevo cuño, sigue concentrado en el PP. Y los sondeos indican que esa mayoría absoluta podría decaer, en beneficio de un entendimiento entre el BNG de Ana Pontón –como primera fuerza progresista– con los socialistas, y con una nula presencia, o residual o testimonial, de Sumar .
Esto hace que la campaña del PP se base en el ataque contra Pontón, a quien los medios afines a la derecha españolista llegan a presentar con titulares que la tratan de niña de aldea, ya quienes intentan asociar, en una torsión demasiado difícil incluso para los especialistas en intoxicaciones de la opinión pública, como una especie de seguidora o sucursalista de Puigdemont o Junqueras. La realidad es que la fuerza emergente de una figura como Pontón (frente al rancio Gonzalo Rueda, relevo de Feijóo en la Xunta y en la candidatura del PP) es, por sí misma, una noticia excelente.