Al nuevo líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, la moderación le ha durado poco. Cuando se trata de Catalunya, los filtros contra el radicalismo verbal y mental tienen una precoz obsolescencia programada. No hay que guardar mucho las formas. Cualquier excusa y coyuntura –por ejemplo, unas elecciones como las andaluzas– son motivo suficiente para soltarse sin miramientos. "¡Apartheid lingüístico"! Así ha definido el modelo de escuela catalana. Como se advertía antes en determinadas películas, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Pero tanto da: con el catalán, todo vale. Con su predecesor, Pablo Casado, ya estábamos acostumbrados, y en Vox o Cs es el pan de cada día. Si hay una continuidad en la derecha española como mínimo desde finales del siglo XIX, es la obsesión con la lengua catalana: en lugar de entenderla como una riqueza cultural, la ven como un peligro letal para la unidad de la patria. El Feijóo autonomista y hablante del gallego no es una excepción. En su cosmovisión nacionalista española, el idioma gallego no es peligroso; tampoco lo es el euskera, que por cierto es absolutamente predominante en su sistema educativo obligatorio (seguramente ahora ya más que el catalán en la escuela catalana). El catalán, en cambio, sí que es percibido como un problema. Por eso hay que debilitar la escuela, única vía para garantizar que todos los chicos y chicas tengan algún contacto con la lengua propia de Catalunya, muy minorizada en la calle: hay que recordar, por si no lo sabe el señor Feijóo, que es el idioma de uso habitual de solo el 36% de la población. Entre los jóvenes de Barcelona solo lo usan el 28%.
Pero el nacionalismo español, cada vez más descaradamente supremacista respecto del catalán, lo ve como el huevo de la serpiente del independentismo. No son capaces de entender que la cosa ha ido históricamente a la inversa. Cuando más se ha prohibido, perseguido o trabado, más ha crecido el catalanismo, que hace un siglo era regionalista y ahora es mayoritariamente independentista, y que en buena medida, tanto en los inicios como hoy, ha sido reactivo contra el desprecio lingüístico (también contra el económico). El hecho, pues, que Feijóo muestre un desconocimiento tan grande de la escuela catalana y la convierta en una especie de monstruoso crimen de lesa humanidad quizás le genera votos en Andalucía, pero sin duda también sirve para alimentar la distancia mental entre Barcelona y Madrid. Porque desde la realidad convivencial catalana, incluida la escolar, no se pueden dejar pasar estas salidas de tono como si fueran normales, por muy normalizadas que estén en la prensa madrileña. No es aceptable una distorsión tan grande. Ni aquí ni en ninguna parte. Catalunya no tiene nada que ver con la Sudáfrica racista del apartheid. ¿La próxima comparación con qué será? ¿Con la Alemana nazi?
Aznar, Rajoy y Casado fueron fábricas de independentistas. ¿Es el modelo que quiere seguir también Feijóo? El problema de España, de una España diversa, no es la sociedad catalana, plural y tolerante, sino una derecha ultranacionalista, incendiaria e irresponsable, incapaz de evolucionar.