Agricultores trabajando el huerto en Osona
21/10/2024
2 min

Pasean por el camino con bastones de caminar, los niños a hombros –no sea que se cansaran–, se detienen frente a la masía (es una masía imponente, claro, de 1800 y poco, toda de piedra, como eran las masías no demasiado ricas), suben a la valla de piedra seca que la separa del camino que fresean y se hacen una foto con la casa de fondo. Yo estoy desbrozando, con la máquina que me regaló la vecina que más manda del pueblo. Ni me ven. Soy parte del paisaje. ¿Quizás una campesina pintoresca? Me gustaría que lo pensaran, claro, fuera un honor. Mi gato, que toma el sol, y yo, que estoy trabajando, somos unas figuritas de pesebre. Los extras de un decorado. Nunca me había encontrado con algo así.

Mi figura, haciendo este trabajo, no es del todo humana para ellos. Es un tópico, un recurso estético pero interesado. He aquí una campesina que desbroza. Hay quien tomará fotos de niños africanos, hay quien tomará fotos de homeless, y hay quien hará fotos de casitas de pesebre. Lo entiendo, claro. La facilidad del teléfono a la hora de fotografiar, la sencillez de borrar, repetir, enviar hace que la foto, el videoaficionado, haya perdido toda trascendencia. Se ponen rápidamente en posición, en la valla, antes de que yo les diga nada. Pueden, claro, hacerse una foto frente a la casa, frente a los olivos del vecino, frente a la montaña imponente de Montserrat. ¿Pueden subir a la valla? Pueden, pero quizá deberían pedir permiso. Intentan que en la foto no salga el hilo eléctrico (se supone que las figuras de pesebre no deberían tener wifi para escribir como yo hago ahora). Ven un pastor, un campesino, un “habitante”, y no lo consideran un humano, de esos que miran series, leen, hacen copas y compran estanterías por internet. Y es por eso, por su afición a fotografiar a pastores, que te dan ganas de poner, en casa, pastor eléctrico.

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