El final de un viaje

Atardecer ayer en la playa del Trabucador, en el Delta del Ebro / MARIONA RIFÀ
2 min

Quienes me siguen en esta columna ya saben que en agosto no descanso de escribir pero descanso de economía, y hablo de otras cuestiones de la vida. Este año, por cuestiones personales, debo quedarme en casa. Pero sí quiero compartirles lo que me pasa cuando vuelvo de un viaje. Porque esto no lo olvido.

La sensación es la siguiente. Aterrizamos en Barcelona. Bajo el avión, recojo la maleta, cruzo la puerta del aeropuerto. Y, de repente, la ciudad. El taxi, las calles conocidas, la casa de siempre. ¿Dónde queda la playa por la que caminé al atardecer? ¿Dónde está el café de esa plaza en la que desayunaba frente a una catedral preciosa? ¿Dónde está la montaña majestuosa que me golpeó? Al salir de un espectáculo de teatro, necesitas unos minutos para salir de la historia en la que has estado inmerso. Has visto escenarios, actores, luces. Y, de repente, baja el telón. Sales a la calle y eso ha desaparecido. Como si nunca hubiera existido. Pero lo has vivido. O como un parque de atracciones. Un día entero de estímulos, de sorpresas, de adrenalina. Y, de repente, el silencio del coche de camino a casa. Miras por el retrovisor y parece que se haya desvanecido.

En los viajes me ocurre lo mismo. Durante días has vivido en otro sitio. Calles nuevas, idiomas distintos, sabores desconocidos. Paisajes que te sacaban de ti mismo. Y ahora, de repente, estás en el pasillo de tu casa, con el abrigo colgado en el lugar de siempre. Y es entonces cuando te preguntas si no habrá sido una ficción. Porque sin ti parece imposible que siga pasando. Como si la realidad sólo se activara cuando la vives. Pero no. Aquel mundo sigue ahí. Las conversaciones en ese idioma extranjero siguen llenando las calles. Las ventanas de aquella casa frente al mar siguen abriéndose cada mañana. Tú vuelves a tu vida y lo continúa, ajeno a tu regreso. La playa de ese atardecer sigue recibiendo olas. El café de esa plaza tiene el mismo camarero sirviendo desayunos. La montaña sigue con sus luces y sombras. Pero tú ya no estás.

Ésta es la magia y la melancolía de viajar. Entras y sales de escenarios reales pero que no te pertenecen en un instante, y enseguida quedas fuera. viajar es esto: vivir, por unos días, vidas que no nos pertenecen ni nos pertenecerán nunca.

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