Que fracase, por favor, que fracase...

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Plantas de interior

"A mí es que se mueren todas las plantas, no me duran", dice. Y lo dice con orgullo, con una complacencia que le hace hacer una boquilla pulsada, medio de tortuga, medio de muppet. "No sé qué me pasa que se mueren todas". Y añade, claro: "Es que soy... Soy un desastre".

Presumir de ello o, al menos, considerarlo una particularidad “mona”, como que “no sabes hacer ni un huevo frito”, es de un complaciente muy banal. Que te mueran las plantas tiene dos causas: falta de riego o exceso de riego. Todo el mundo es de una u otra especie en la vida y en el huerto urbano. Lo que riega demasiado y lo que no riega. Entonces, claro, está lo que riega demasiado en los dos primeros días ya partir del tercero ya no riega nunca más.

Cuidar una planta no es difícil, como no lo es hacer un huevo frito. Como con cualquier tipo de conocimiento, se trata de dar importancia a aquella disciplina (plantas, cocina, amor...) y aplicar el sentido común. Pero ocurre algo, que no es menor.

El nuevo converso de las plantas, de la cocina, de la limpieza, del deporte, de la comida sana, del animalismo... convive con varios seres. Éstos, quizás han tenido una etapa hortofrutícola, cocinera, limpiadora, deportiva, sana, animalista... Quizás no han tenido ninguna etapa de éstas, pero la tienen “integrada” por cuestiones sociológicas. Estos seres no soportarán el éxito en el nuevo converso. “¡Esta planta la riegas demasiado!”, le dirán. Y le dirán también: “¡Esta planta la riegas demasiado poco!”

Hay un placer, casi físico, medio orgásmico, en el fracaso del nuevo converso por parte del ser. Nada le sabría más grave que, haciendo el esfuerzo relativo, determinado, que él no ha hecho, salga adelante. Por favor, eso no. Que fracase, por favor.

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