El fracaso de la arrogancia
Aún estoy aquí. Hacía unos minutos que había saltado la noticia del fracaso de la ofensiva del BBVA sobre el Banco de Sabadell –este cuento se ha acabado– y Carlos Torres, el presidente del banco agresor, ya estaba en escena. Tenía prisa. Las dimensiones de la derrota, después de su hiperbólica campaña, podían hacerle pensar que si tardaba demasiado en salir quizás ya sería otro el que diera el pésame a quienes le habían dado confianza.
Josep Oliu reaccionó con ironía: "La verdad es que no sé quién de los dos está más sorprendido". Dicho de otra forma: "No esperábamos esto, el resultado ha sido muy claro". Se demuestra que también en los negocios puede fracasar la arrogancia cuando se trata de dirigirse a un amplio sector de la sociedad. La prepotencia no gusta, sobre todo cuando estás pensando en tus ahorros. Negándose a vender, los pequeños accionistas lo dejaron claro. Ya hace tiempo que aquí y fuera de aquí se aprecia un rechazo significativo de los medianos y pequeños empresarios industriales a los signos que emanan del capitalismo global.
Pero en este caso se añade otro factor. La dificultad que se tiene desde ciertos poderes españoles –los económicos, también– para entender la sensibilidad de amplios sectores de las clases medias catalanas. Seguramente el BBVA nunca tuvo presente que su ofensiva podía ser entendida, por una parte importante de los accionistas, como un nuevo intento de debilitar a la sociedad civil catalana que siente el Sabadell, y La Caixa obviamente, como instituciones propias. La sensación de que desde Madrid venían a apoderarse de un banco catalán ha sido un factor relevante en el rechazo masivo de los accionistas privados a la fusión. Una vez más se ha demostrado cómo les cuesta a los poderes españoles, también a los económicos, entender que en Catalunya hay arraigadas pulsiones que llevan a muchos ciudadanos a ir a la suya; en este caso, a defender la institución de casa. Y seguramente la arrogancia del omnipresente Carlos Torres ha jugado un papel importante en el desenlace.
Nos vienen a quitar un banco. Puede parecer ridículo. Pero el que no quiere entenderlo se encuentra después con fracasos como este. Los humanos no somos reducibles a un simple juego de intereses en dinero contante y sonante. Y cuando no se sabe captar detalles como estos hay sorpresas. A la hora de demostrar capacidad de conectar con el accionista, Josep Oliu ha barrido a Carlos Torres. En fin, cierra un episodio relevante, que creo que Catalunya tiene que saber capitalizar como un éxito. El Banc de Sabadell tiene que estar a la altura de las circunstancias. Y tendrá que tener presente que la confianza que se le ha dado es exigente.