En diez días he asistido a cuatro eventos que recordaban que venimos de lejos, y que si ahora mismo el independentismo vive atrapado en un presentismo estéril, en cambio, su futuro está bien asegurado por un pasado extraordinariamente bien trenzado. Hablo, en primer lugar, de la celebración de los treinta años del Via Fora de Gràcia, el primero de la docena de bares del “rollo” abiertos en todo el país. Bares “normales”, como los llamó Agnès Rotger, en tiempos tanto o más aciagos que los de ahora, donde desde 1993 se combinaba ocio, beber y gastronomía con debates, conferencias, conciertos o presentaciones de libros. Unos espacios de encuentro independentista transversal, promovidos por Oriol Creixells y seguidos por una extensa red de patriotas, cuando el independentismo estaba –como casi siempre– gravemente dividido. La publicación ¡Via Fora! 30 anys, editada por el propio Oriol y por Vicenç Relats, da cuenta de ello.
También estos días pude asistir en Alcanar al encuentro anual que organiza el ENS de l'Associacionisme Cultural, una vitalísima confederación de federaciones de todo tipo de expresiones de cultura popular: de los pastorets a los diables, de los pesebristas a los gegants, de los esbarts a los castells, de las puntaires a las corales... Otra red, la de la cultura popular, de más de cuatro mil organizaciones profundamente arraigadas en el país. Unas raíces que garantizan que la nación no se desprenda.
Por si no era suficiente, estuve en la presentación del voluminoso libro de Aureli Argemí, La llavor sembrada (Pòrtic, 2023). Se trata de un relato desbordante de hechos y nombres, escrito en perspectiva autobiográfica y que muestra un compromiso radical del autor con las lenguas y naciones minorizadas, nacido al abrigo del exilio del abad Escarré, con Montserrat i Cuixà de fondo, después en el CIEMEN y en una multitud de otras organizaciones y experiencias. Todo ello convertido en una extensísima red de complicidades internacionales en la que han participado desde todo tipo de luchadores anónimos hasta los nombres más destacados de la cultura y la intelectualidad de la segunda parte del siglo XX.
Y, además, voy estar en la ceremonia de entierro del amigo Joan B. Culla, ejemplo de intelectual independiente, historiador riguroso y radicalmente comprometido a la vez con el país y con la verdad. Un intelectual de aquellos que Karl Mannheim consideraba que podían ser “centinelas en una noche que de otro modo sería negra como una garganta de lobo”. Y Culla era uno de ellos.
Todo ello pone en evidencia una circunstancia que a menudo olvidamos: si el Primero de Octubre de 2017 fue posible es por todos estos antecedentes –y tantos otros– que lo cimentaron. No fue ni el fracaso del Estatut del 2006, ni la sentencia del Tribunal Constitucional del 2010 –estos, meros coadyuvantes– lo que nos empujó al referéndum gloriosamente organizado y ganado en contra de un estado enfurecido. Se llegó a hacer y se ganó, entre muchos más, gracias a los Via Fora de Oriol Creixells, a la cultura popular del ENS o a las semillas sembradas por personas como Aureli Argemí. Y gracias a la verdad histórica investigada y defendida por Joan B. Culla. Porque cuando decimos que el despertar independentista de este siglo XXI fue de abajo a arriba, subvirtiendo todo el mapa político institucional autonomista, nos referimos a esto: a un trabajo previo de base abierto e integrador, popular y festivo, culto y civilizado, con vocación internacionalista, bien organizado y muy generoso.
Y es a raíz de esta densidad de experiencias –y de emociones– vividas estos últimos días que hago tres afirmaciones contundentes que podrían servir para reanudar la lucha. Uno: solo con una larga mirada se puede recuperar la confianza y la esperanza necesarias para volver al combate para la liberación nacional. La actual dinámica de reproches y resentimientos cortos de vista son una injusta e injustificable ofensa a los miles de patriotas que han trabajado honesta y arriesgadamente por la emancipación de la nación.
Dos: la medida de la fortaleza de esta lucha nos la da la solidez de sus cimientos. Solo puede haber futuro si lo entendemos en continuidad con el diverso, extenso y generoso trabajo realizado en el pasado. También es en la conciencia de estos largos y sólidos fundamentos, cuando todo era más difícil, que quedan relativizados los períodos de zozobra.
Y tres: aquel “lo volveremos a hacer” no se puede reducir a un nuevo Primero de Octubre, sino a tomar nuevo empuje, con más Via Fora, más cultura popular, más discernimiento y rigor intelectual y más siembra de semillas.